domingo, 30 de diciembre de 2012

Bibliofilia


Comprar libros se me ha vuelto un vicio y una diversión casi tan grande como leerlos. Mucha gente al ver la cantidad (muy pequeña, siendo sinceros) de libros que tengo, siempre suelta la misma clásica pregunta: ¿Los has leído todos? Y, dependiendo de mi buen humor o de lo que se me venga en mente, por lo regular respondo que no.

La reacción a mi respuesta es obvia, pero se puede sintetizar en una frase, recurrente también: ¿Y por qué no lees primero los que te faltan antes de comprar más? Es, claro, una respuesta basada en el sentido común, o más bien, en el sentido de lo práctico. El comprar los libros que se van a leer podría ser lo normal, pero justamente eso es lo que yo reclamo y lo que sólo aquellos que han llegado al nivel de entendimiento (o vicio) donde uno disfruta un libro no sólo por el contenido.

Un libro para mi es también un objeto digno de admiración. Puede que sea una edición temprana de un libro muy bueno y antiguo o una edición conmemorativa de algún autor. El punto es que muy recientemente me he interesado más y más por el coleccionismo. Esto no es nuevo. Desde que descubrí las librerías de viejo en la calle de Donceles en el Centro Histórico de la Ciudad de México me enamoré de esos libros que huelen a viejo, con sus hojas amarillas, sus dedicatorias a los dueños originales y con esos pequeños detalles que dejan olvidados dentro de ellos. 

Los libros viejos tienen un encanto muy particular gracias a ese espíritu, muy diferente a un libro nuevo. Sin embargo también aprendí en ese entonces que un buen libro antiguo por lo regular rebasaba mi paupérrimo presupuesto de esos días. Eso también ayudo a volverme un verdadero explorador entre las infinitas estanterías de las librerías, siempre a la caza de ese ejemplar raro y olvidado que pudiera satisfacer mis gustos. Casi nunca lo lograba, pero cuando pasaba era una fiesta.

Ahora que ya cuento con un trabajo y con un poco más de recursos, el gusto por comprar libros se ha disparado. Realmente es rara la ocasión en la que entro a una librería y salgo invicto. Por lo regular, siempre llevo conmigo algo de dinero en efectivo pensando en si encuentro algún puesto callejero o un lugar perdido dónde pueda encontrar algo interesante. Me paso estando en Europa, donde hasta en los mercados de pulgas holandeses o en las grandes librerías de Barcelona. El sobrepeso de mi equipaje no fue otra cosa más que libros. Y lo mismo me pasa en cualquier puesto afuera del metro de la ciudad o en las calles de mi colonia. Donde quiera que hay libros allí estoy husmeando.

Así es que a veces compro mínimo un par de libros por semana. Algunos cuyos temas me interesan, otros que leí ya sea prestados o en alguna biblioteca. Y cada vez más, ediciones extrañas, libros raros, alguna primera edición olvidada del mundo, libros de arte. De esa forma me he hecho de más y más libros que, si bien no los he leído todos, se encargan de alegrarme la vida y la vista cada que me encuentro en mi espacio con ellos.

Uno de mis grandes sueños es vivir en una casa rodeada de libros. Es ahora, cuando mis obligaciones me quitan el tiempo que podría usar para leer, cuando mi lista de libros por leer crece sin control. Sin embargo eso también me alegra: cuando tengo necesidad de aislarme de todos, puedo recorrer con la vista mis libreros y tomar algún libro que no he leído y perderme un rato en el. Podría decirse que tengo un cargamento de sorpresas esperando por mí, en mi propio cuarto.