viernes, 22 de junio de 2012

Requiem para una tarde lluviosa


- ¿Entonces eso es música para muertos? - Me preguntó azorada, abriendo de par en par sus enormes ojos.

-Técnicamente sí, es una misa de muertos. Respondí mientras me recostaba y veía hacia el techo. Siempre me han encantado sus preguntas. En su forma de hacerlo hay una especie de sorpresa primigenia. Una especie de reclamo al mundo por tener cosas que ella aún no conoce y que exige aprenderlas. 

La introducción sonaba en todo su esplendor. Ella recargaba de nuevo su cabeza en mi pecho y escuchaba, no sé si mi respiración aún agitada o la música, pero ella allí estaba con sus cinco sentidos en su máximo esplendor. En la habitación se percibían aún en el ambiente las huellas de la batalla, sudorosos y agitados pero con esa calma postmortem que te da el amor. Postmortem, de allí me vino la idea.

La lluvia no cesaba de caer en la tarde mientras el Kirie aparecía. Los coros cuasi celestiales se elevaban en crescendo mientras respiraba su cabello. Su aroma siempre me ha enervado, el olor de su cuerpo no tiene comparación, podría pasar la vida justo como ahora, recorriendo su piel con las manos, marcando las curvas de su cadera con mi tacto mientras olfateo su cabello. Parecería increíble pero ese aroma permanece horas y horas impregnado a mi cuerpo, haciéndome la vida más dolorosa por no poder tener la fuente de ese aroma cerca.

- ¡Esa yo la conozco!- exclamó alegre. Claro que la conoces. es el Dies Irae. No se lo digo pero esa pieza en particular ha sido usada hasta el hartazgo por obras buenas y mediocres. Hasta en las telenovelas la he llegado a escuchar en los momentos en que villanaplana está efectuando su plan sobre la protagonista tontamanquebuenota. Y no abro la boca porque quiero que la disfrute y por que el tenor está iniciando el Tuba Mirum.

Mi mente divaga y recuerda ese video que alguna vez bajé. Era el aniversario luctuoso de Karajan, y Dios sabe que Karajan era la gran mamada. Todos, absolutamente todos en estricto luto, menos una persona, la contralto. Una veldad rubia, alta, escotada y luciendo un maravilloso vestido color morado. Púrpura, me corrigió ella mientras los solistas terminaban. - El vestido era púrpura-  remató, mientras el Rex Tremendum aparecía -Ustedes los hombres y su daltonismo-.

¿Lo dije o lo pensé? Dije y pensé mientras ella se acurrucaba dándome la espalda. Una invitación abierta a recostarse a su lado, acomodando mi cuerpo en su espalda y mordisquear su cuello. Hacer eso y escuchar su gruñido de reclamo era la misma cosa. Siempre que podía trataba de hacerlo. Sabía que pasado ese reclamo inicial los dos disfrutábamos con ese pequeño placer. Adoraba sentir su cuello tensándose y su escalofrío general recorriendo cada célula, cada terminal nerviosa de su piel. No fue la excepción. Dios sea bendecido por los siglos de los siglos por darme eso. Amen, le dije al oído mientras ella me espetaba un "estas loquito" por suma conclusión.

Yo no paro de besarla. Es inevitable una vez que comienzas. El coro del Confutatis suena de fondo y sé que pronto llegará el Lacrimosa. Es la mejor parte le digo al oído mientras la tomo de la cintura y la volteo hacia mí. Las voces celestiales de nuevo aparecen cuando tengo sus enormes ojos frente a los míos. Imposible verla y no besarla, tenerla cerca y no acariciarla, recorrer sus curvas mientras acaricia y araña lentamente mi espalda. Nos unimos en un largo beso mientras el coro baja lentamente la voz, mas y mas.

Al final, un orgasmo es una muerte pequeña ¿sabes? Ella viéndome a los ojos se sonríe y me dice con esa voz infantil que tanto adoro: - ¿Estabas esperando el momento de soltarme semejante payasada verdad?

Así de pronto como explotan las risas callan de pronto. El Lacrimosa exige respeto y pagamos esa deuda con otro beso, con mas caricias, fundiéndonos uno en el otro.

Al final si, puede ser una música para muertos, pero nosotros decidimos vivir mientras nos asesinamos uno al otro en esa muerte pequeña. Mozart de seguro estaría feliz de que usáramos su música para amar en vez que para recordar a los caídos, pero para su infortunio los dos estamos pensando más en gozar al otro. Además lo que sigue ya no lo compuso él, por lo que a nombre de los dos pido nuestra absolución por amarnos en lo que resta.

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