Ayer fue uno de esos días en los que puedo decir que viví
algo agradable. Soy un hombre de placeres sencillos y ayer pude tener dos de
los que me gustan más, a saber: Comprar libros y terminar de leer uno.
De mis visitas cotidianas en el Péndulo de la Col. Condesa nunca
puedo salir invicto, siempre habrá un libro, por mínimo que éste sea que me
llame la atención y ya dependiendo del presupuesto quincenal se decide si lo
aparto o me lo llevo puesto, y como en esta ocasión (después de las cuentas
alegres) me alcanzaba, decidí llevarme un par que me habían llamado la
atención, Una colección de los cuentos completos de Hemingway y "Corrección
de Pruebas en Alta Provenza" de Don Julio Cortázar.
De don Ernesto tengo uno que otro cuento regado por allí así
que verlos todos juntitos en una bonita edición me ganó y con relación al
Cronopio mayor la cosa fue flawless por donde se vea. Dennos un texto más o
menos inédito de nuestro escritor consentido y de seguro andaremos buscando que
empeñar con tal de conseguirlo. No fue por fortuna el caso y pude llevarme mi
bonita bolsa de papel con mis dos nuevos hijos todo feliz al trabajo primero y
a la casa después.
El asunto no sería digno de ser relatado por el hecho de que
saliendo de un día pesado de la oficina me tomé un rato de descanso en el
honorable Parque México a leer uno de mis libros. Ok, aún así no tiene nada de
digno de ser contado, pero insisto, mis placeres sencillos hicieron que
disfrutara bastante con la experiencia.
Obvio creo que saben qué libro fue el elegido. Y es que siempre
leer algo de Cortázar es llenar de aire fresco a la imaginación. El tema de por
sí me encantó. Enfrentado a la tarea de corregir la versión previa a ser
publicada de "El libro de Manuel", Cortázar se da cuenta que está en
una especie de bloqueo y necesita cambiar de costumbres para poder hacer una
revisión crítica de su obra. Para hacerlo se monta en Fafner, su leal combi
roja, con latas de conserva, café, música y una máquina de escribir y decide
dar la vuelta por la Provenza Francesa para tratar de encontrar objetividad
entre los bosques. Lo interesante de todo es que Julio decide llevar una
especie de bitácora (¿de vida?) de lo que sucede en el viaje. No es un libro
largo, tan sólo 45 páginas en donde va hilando pensamientos, anécdotas y comentarios
sobre las noticias (le toca en pleno viaje el secuestro de los atletas
israelíes en las olimpiadas de Berlín) todo usando ese estilo que tanto lo caracteriza
y que tanto desearía tener, por ejemplo, para escribir sobre la tarde en que
leí un libro de Cortázar en una sentada.
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