De
pronto todos corren. Gritan alarmados y sus expresiones cambian de un momento a
otro a un pánico terrible, todos menos él. A contracorriente en todos los
sentidos camina tranquilo, alejándose y comenzando a sonreír. A pesar de las
lágrimas en sus ojos la sonrisa es de alegría, aunque la mueca que hace refleja
un rencor y al mismo tiempo una paz que desconcierta y da miedo. Es la viva
imagen del triunfo de la venganza.
Conforme
camina acaricia obsesivamente el bolsillo de su abrigo. Pareciera que sigue sintiendo el peso y el frio
lacerante del cañón a pesar de que ya no lo lleva consigo, de hecho se
quedó atrás, con ella.
Aún
resuenan en sus oídos los gritos: “Sí, te engañé con él, pendejo. ¿Qué vas a
hacer?” Claro, él ya lo sabía. De hecho su intensión original era despedirse de
ella, el regalo del bolsillo de su abrigo era para darse él mismo un consuelo
muy diferente. Horas antes ya se imaginaba una situación muy semejante a la
actual, la diferencia es que al final él sería el protagonista del show, no
ella.
Allí
estaban en el mismo café donde miles de veces hablaron y hablaron sobre tantas
cosas rodeados por las calles oscuras y sombrías del centro a esa hora. Allí
estaba frente a ella y a sus enormes ojos claros que siempre lo habían hipnotizado
con solo verlos, los mismos que habían
provocado tantas veces que cambiara de parecer. Extraño, pero sabía que para su
acto necesitaba no ver esos ojos. Sabía que no importarían los insultos, los
gritos y amenazas que ella dijera, él siempre le daría la razón y asumiría la
culpa de cualquier cosa, pero no hoy, hoy todo sería distinto.
Allí
estaban frente a frente como dos combatientes: una, triunfante y serena,
sabiendo que el rival estaba a unos golpes de la lona. Él sabiéndose derrotado
y con la toalla lista para ser arrojada no sin antes hacer el último acto de
desesperación y arruinarle su victoria. Darse un balazo en frente de todo mundo
demostraría que ella ganó pero que de nada le serviría.
Te
engañé con él, no te amaba, fuiste el error más grande que pude cometer; las
frases se le clavaban hasta el fondo de su alma pero él seguía aguantando
gracias al contacto frio del metal. Había soportado la tentación de ver sus
ojos hasta ese momento.
- - Pendejo.
Dice
ella y sus palabras resuenan en todo el lugar, como si hubiera disparado un arma
primero. De pronto no sólo sentiría su mirada sino la de todos los que lo
rodeaban. Suficiente, no permitiría más esto. Él abriría entonces sus ojos con
una mezcla de odio y rencor, apretando su mano más y más dentro de su bolsillo.
Era el momento.
- Te amo. Sólo
vengo a decirte eso y a despedirme.
Entonces
la vio. Vio sus ojos y pareció como si todo el coraje reunido y todas las
vejaciones pasadas se concentraran. Vio en sus ojos la sorpresa, la tristeza,
el dolor y una cosa que jamás había visto. Estaba arrepentida y comprendió que
ahora él tenía el control, el poder de la mirada había cambiado.
“Te
perdono”. Los enormes ojos claros lloraron con agradecimiento. “Pero debes
pagar lo que me has hecho”. Y la mirada de ella, complacida y alegre esperó
ansiosa la absolución.
Justo
como lo había planeado se levantó y sacó el arma de su abrigo, pero en vez de
ponerla en su sien la dejó en la mesa y con una mirada de adiós se alejó del
lugar. El estruendo le confirmaría que ella cumplió su penitencia.
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La idea de donde nace este texto me encantó. Había que crear
un relato donde se sostuviera una idea central el mayor tiempo posible para
después dar un giro y cambiar el curso que parecía el lógico de la historia. El
argumento nació de esto y el cuento debía basarse en el poder del
protagonista para sembrar algún tipo de sentimiento en otra persona y ver qué
consecuencias tendría.
Si, es muy dramático el texto pero créanme, realizar
asesinato literario es muy reconfortante y liberador.