miércoles, 26 de enero de 2011

Danos, Señor, el descanso eterno...

Mi vida tuvo un nombre y fue el tuyo, Marina
Mis fantasías y toda mi realidad.
Mis manos se entregaron, mis fuerzas, Marina
Todo lo que alguna vez signifique yo.

Si tu lo pedias y aunque no lo hicieras, Marina,
Yo me desangraba por hacerlo una verdad.
Hasta mi ser, si te disgustaba, Marina
Hacia lo posible para mi esencia  transfigurar.

Luche hasta donde pude, Marina
Y mira, jamás logre alcanzar.
Ya nunca logré que me vieras como humano, tu pareja, Marina.
El que se hubiera contentado  con un te amo, un te perdono, ya no pedía mas.

Y he aquí que no te marchaste, Marina.
A pesar del tremendo daño que me dices te causé,
A pesar de que para ti, Marina
Ya solo fui un muerto más.

Tuve que ser yo el que se alejara, Marina.
El que renunciara a quedarse a tu lado, a seguir cargando con mi amor.
Y es que si no lo hubiera hecho, Marina
Ya jamás hubiera vuelto a encontrar lo que soy.

Las palabras me faltan, Marina
Mas mi corazón así lo siente, creo que hasta aquí llegó,
Este luto que por ti guardaba, Marina,
Más bien, luto por nosotros dos.

No es que tú hayas muerto para mi, Marina,
Ni que piense inexistentes, los momentos de los dos.
No es que mi corazón este curado y mi alma intacta, Marina,
Es más bien, que muy adentro, en el fondo
Marina, Te perdono, y también me perdono Yo…

viernes, 21 de enero de 2011

¿Liverpool? ¿Yo?

Ser fanático de los Beatles en México es algo cercano al lugar común. Y es que si sumamos la idolatría que aquí sentimos por nuestros artistas favoritos al hecho de que (quieran o no) The Beatles es un grupo que ha venido transformando la música desde hace cinco décadas, obtenemos como resultado una de las formas de idolatría más bizarra, incondicional y duradera  que se hayan visto en esta o en otras tierras.

El cómo me convertí en beatlemáno es una historia curiosa, que tiene que ver con el hallazgo fortuito de un casete virgen y la pregunta de ¿con qué música llenarlo? Tenía 10 años y aún no me había planteado seriamente dicha pregunta. En casa no tuve por desgracia mucha influencia musical. Más allá del gusto de mi padre por la música de acordeón y el de mi madre por José José y Marco Antonio Muñiz no se escuchaba más música, así que fuera de las canciones de Cri-Cri, mi infancia musicalmente hablando fue paupérrima.

Hace poco, cuándo hacía limpieza en casa de mis papas (cuya anécdota quedó registrada en un post anterior), encontré ese famoso casete. De inmediato recordé el momento en que, después de llegar a casa, me puse a recorrer la radio buscando en qué grabar. Pasé literalmente por todo lo imaginable: desde la influencia materna con José José, hasta la ahora innombrable afición por los Tigres del Norte (no me señalen con el dedo, era solo un niño). Grabé un poco de aquí y de allá, pero lo que poderosamente llamó mi atención fue una canción algo extraña, con mucho grito y con una voz que cantaba a todo pulmón. Así es señores, Dios sabe cómo, pero los astros se habían alineado para que cambiara de estación de la radio justo en una hora entre 1 y 2 pm a Universal Stereo.

Quienes vivan en México DF o sean medianamente Beatlemanos sabrán ya de qué hablo. Justo a esa hora, en esa estación se ha transmitido desde hace ya décadas un show exclusivamente dedicado a música de los Beatles, de su época como grupo y de sus carreras solistas. La primer canción que escuche con atención del grupo y que grabé en el casete fue She Loves You. Llamó mi atención lo suficiente como para tomar algunas decisiones que cambiarían mi vida: primero, borrar del casete todo lo que ya tenía previamente grabado. Segundo: comenzar a grabar TODO lo que pudiera del programa y tercero, buscar la forma de financiar la compra de más casetes vírgenes.

Desde entonces fui aprendiendo cosas. Aprendí que los monitos que tocaban esa música eran cuatro, que John tocaba la guitarra y ya se había muerto, que Paul era el bajista y era el galán (sigue siéndolo, como varías mujeres han tenido a bien recordármelo), que George le tupía a lo hindú y que Ringo era el más gracioso y que era inmortal (hasta ahora no se ha muerto, por lo que sigo creyendo firmemente en eso), que los cuatro eran ingleses y que hicieron del mundo su parque de diversiones durante el periodo de 1962 a 1970, hasta que un 10 de abril (otra señal divina, que quieren) se separaron definitivamente.

Hay un detalle curioso, que en realidad es lo que provocó todo este discurso y que ahora más que nunca lo recuerdo con una sonrisa en los labios. Estos cuatro entes, que alguna vez fueron jóvenes y fabulosos (Harrison dixit) nacieron en un pueblito (al menos así lo imaginaba) de nombre Liverpool. En esos días, donde no existía Internet entre los mortales y que mi acceso a libros era casi nulo, no conocía gran cosa de la ciudad más de lo que de repente comentaba el locutor en la radio. Ciudad a orillas del mar, uno de los puertos más importantes del mundo, semidestruido por la Segunda Guerra Mundial, sin mayor encanto que el hecho de ser la tierra donde mis nuevos héroes habían nacido. Como toda imaginación infantil, en esos días lo último que se me antojaba era ir a un lugar tan feo, nada mas por el hecho de que ellos habían nacido allí.

Cómo cambiaron las cosas y las opiniones después. Alguien cuando lea este post se reirá mucho de mí, y más después de haber pasado una madrugada fría y sin dormir en Bremen, Alemania, esperando tomar un avión que conduciría a lo que ella (y muy en el fondo yo) consideraba una ciudad fea y sin chiste.

El tiempo se encargó de ponerme en mi lugar.



jueves, 20 de enero de 2011

De cómo me hice turista en mi tierra

Soy nacido en el Distrito Federal. Tengo un acta de nacimiento que así lo asienta. Y si a eso le sumamos que una gran parte de mi vida la he hecho en él, que estudié la universidad y que mi vida profesional la inicié y la sigo desarrollando en el DF, uno puede decir que soy un ser que está ligado a esta ciudad.

Siempre he amado a la Ciudad de México. Uno de mis sueños por cumplirse es vivir en pleno Centro Histórico y en cierta forma participar un poco de las miles de historias que se han dado a lo largo de sus calles. Desde que era niño quedé prendado del ambiente que se respira en el lugar. Recuerdo la ocasión que mis padres me dejaron en uno de los puentecitos que cruzaba en ese entonces la calle de Corregidora. Eran los ochentas y algún vivo, en su intento por hacer algo “original”, había intentado convertir en acequia esa calle, sin pensar que lo que se suponía debía ser una calle de agua solo era un canal de aguas negras.

No sé que me sorprende más, haber encontrado una foto, ver Corregidora con la acequia o ver el cielo azul.


Pero me distraigo. Allí estaba yo, a un costado de Palacio Nacional, parado en el puente, viendo la calle y los puestos y a la gente y las casas. Eran otros tiempos, ahora ya no hay ni acequias ni padres que dejen así como así a sus hijos en las calles. Pero esa memoria se me quedo por siempre, y desde entonces me surgió la inquietud de caminar por esas calles. Vagar por allí, ver qué otras cosas más podría hacer.

Fue hasta la universidad cuando comencé a vagar por sus calles. Siendo un sujeto que estudia en Iztapalapa (al oriente de la ciudad) y que vive en Coacalco (muuuy al norte, allende las fronteras del DF), era prácticamente un hecho que a diario cruzaría por el centro. Si bien en esos días me di vuelo recorriendo la ciudad (solo, ¿de qué otra forma podía ser?) siempre prefería detenerme en mi ruta y bajarme en la estación del metro Bellas Artes, caminar a un costado del Palacio de Bellas Artes, y dirigirme por Madero o por 5 de Mayo hacia el Zócalo. Esa ruta fue la primera que recorrí y se convirtió en algo tan automático que a veces aun lo hago de forma inconsciente. Ya después descubriría otras rutas, como Bolivar y sus tiendas de música, o Donceles y sus librerías de viejo, y, después de inaugurado, República del Salvador y de Uruguay con sus tiendas de electrónica y computación. Tantas cosas me han pasado en el centro y ya tanto me he extendido en esto que ese tema lo dejaremos para después.

Ahora ya que vivo dentro de la Ciudad, es curioso caminar por el Centro. Tanto tiempo he vivido fuera que cada que venía me sentía como otro turista más. Ahora sigo sintiéndome igual, a pesar de ser ya habitante de aquí. Sigo buscando cosas nuevas y caminando como si redescubriera sus rutas. Me sigo sintiendo como turista dentro de mi misma ciudad, sigo yendo a tomar fotos, a visitar los museos a los que ya he ido muchas veces, sigo viendo los mismos puestos de libros y entrando a los mismos lugares. Recordando lo pasado y acumulando más momentos.

Respondiendo una pregunta que me hicieran, sobre si viviera en el extranjero, ¿qué es lo que más extrañaría? Echaría de menos estas calles y estas casas. A veces pienso que al morir me convertiré en un fantasma que camina de noche por estas calles. O al menos eso me gustaría, no en balde tantas veces se ha quedado mi alma a pedazos por aquí.