lunes, 28 de noviembre de 2011

Present Tense

El camino que iniciara en Alpine Valley terminó en el Foro Sol.



Con él, me dejó un montón de anécdotas, amistades, desvelos, uno que otro enojo, algunas decepciones, muchas más alegrías y, por sobre todas las cosas varios días en los que el tema principal y la música de fondo fue cortesía de una de mis bandas fundamentales.

Tomé fotos, sí. Hay grabaciones de los conciertos en video y música, también. Pero difícilmente se compara a todo lo que quedó grabado en mi corazón durante esos días. Eso es algo personal, intimo, muy difícil de describir con palabras si es que quisiera hacerlo, y sobre todo algo a lo que sólo yo puedo darle la importancia debida en mi línea de vida.

Este concierto en particular fue una experiencia nueva en todos los sentidos. He visto al grupo 6 veces, tres en este año y aun así tuve la sensación que tuve de verlos por primera ocasión. Mucho ayudó compartirlo con gente que es entrañable para mí y con quienes  ya era casi una obligación moral vivir este evento.

No puedo sentir nostalgia ni tristeza ahora que el concierto pasó. No puedo sencillamente porque es una experiencia más en mi vida que deja huella no en el pasado sino hacia el futuro. El concierto pasó, cierto, pero las vivencias, las emociones y sobre todo las personas están allí para hacerme más agradable la vida.

La vida sigue y ciertamente hay más cosas buenas por las qué vivir además de Pearl Jam, y eso es algo tremendamente cierto. Pero sin ellos y sin las consecuencias que deja la vida hubiera sido algo más gris. La colección de recuerdos y vivencias crece, y si bien el camino ya terminó, eso no quiere decir que las cosas buenas murieron con él.

martes, 22 de noviembre de 2011

Verde y azul

O azul y verde, el orden es lo de menos, siempre es igual. Existe una clara división, Azul arriba y verde debajo, o a veces intercalándose, pero siempre trazando una línea entre uno y otro.

No importa la época del año, si amanece o está cayendo la noche. No importa si es otoño o primavera o cualquier estación, ya que ese concepto aquí no existe. Todo el tiempo es una constante transición entre uno y otro, cómo si el Sol hubiese decidido quedarse siempre aquí, abandonando a su suerte al resto del mundo.



¿Qué tiene de impresionante ese paisaje? Ni yo mismo lo sé. Lo único que sé es que desde niño me sentía atrapado en ese alucinante oleaje en tierra firme. Lo recuerdo perfectamente aunque aún podría decirse que fueron sueños, pero recuerdo muy vívidamente esas madrugadas en las que estaba con el frio calándome los huesos y sin dormir pero sin perderme ese espectáculo increíble que era admirar el paisaje desde un vagón de tren. El enervante aroma del café que vendían los que yo llamaba maquinistas - que en realidad sólo eran vendedores – iniciaba con la magia del momento. Con mis padres y mis hermanas aún dormidos podía darme el lujo de comprar uno de esos cafés y con él en mano salirme a donde se unían los vagones, por donde estaban las escaleras para ascender. Una vez allí era sólo cuestión de esperar.

En unos momentos conforme avanzaba la mañana el tren comenzaba a extraviarse entre cerros y montañas de la sierra Michoacana. Entre árboles, ríos y lagos mi imaginación se perdía. Me imaginaba árboles gigantes arrancándose sus propias raíces y que corrían desaforados hasta que los veía fijamente y quedaban petrificados en su lugar nuevamente. La magia duraba durante toda la mañana, hasta que mi muy preocupada madre corría a meterme de nuevo en cintura y en mi asiento de tren.

Si bien los trenes y mi infancia desaparecieron, la magia de ese increíble paisaje no ha desaparecido. Sí, Uruapan ya no es ése pueblito de tejas de cartón ni casas de adobe, pero uno puede seguir perdiéndose entre la vegetación del parque nacional, ver hacia arriba y encontrar un impecable y precioso cielo azul, a veces interrumpido por una que otra mancha blanca. O tomar la carretera libre a Pátzcuaro y darse cuenta que el paraíso aun existe, al menos para mí, y que tiene nombre y ubicación.

Mucho de mi propensión a la soledad tiene que ver con ese crecimiento. Por un afortunado accidente matemático mi familia siempre fue un número impar, lo que obligaba a uno de sus integrantes a viajar solo y ese integrante siempre fui yo. Y siempre preferí viajar sólo, pegado a mi enorme ventana de tren a platicar con la gente. Cuando me convertí en adolescente y los trenes degeneraron en autobuses siguió igual, sólo que ahora podía musicalizar el viaje a mi gusto. Incluso cuando la familia ya no era impar por las bodas de mis hermanas, aún así exigía siempre mi ventana.



Ahora, de nueva cuenta impar, ya que soy yo sólo el viajante de mi familia, sigo atrapado en la impresionante lujuria que se da en el ambiente. Verde y azul siguen coloreando mis visitas al paraíso, presentándome un ambiente difícil de recrear en palabras. Hay cosas que no deberían cambiar y ésta afortunadamente no lo ha hecho aún. Recemos porque siga así.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Un año

Un día como hoy, pero del ya remoto 2010 empecé con este asunto. En esos momentos aún estaba desorientado, triste, muy lastimado pero con la certeza de que podría poco a poco levantarme. Me sentía ante todo esperanzado en que había recuperado la que para mí siempre fue la mejor forma  de expresar mis sentimientos: escribiendo.

Las cosas han cambiado desde la última vez que rodó el mundo. De cuando escribí esa primera entrada a la fecha me he convertido en una persona independiente, que ha aprendido a arreglárselas sólo en prácticamente todos los aspectos de una vida. He cumplido metas y sueños, no he podido hacer otras, me he sentido alegre, me han decepcionado, he llorado a veces por la soledad que me invade para después comprenderla y agradecerla de muchas formas. He viajado, quizá no tanto como me gusta. Me he abierto a muchas cosas que antes no haría y he tratado de gozar más las que ya hacía.

Aún tengo leves fantasmas del pasado acosándome, pero su presencia ya no causa estragos. Al contrario, comienza a arrancarme ciertas sonrisas, o corajes, o hasta alegría y gracia de ver el estado en el que me encontraba y compararlo con mí ser actual. Quizá me he vuelto más huraño y tosco que antes, pero al mismo tiempo he socializado aún más. He conocido gente increíble y he hecho grandes y geniales amistades. Creo que eso es lo que me ha dejado más satisfecho y contento en este tiempo. Poder encontrar gente con gustos afines, que comparta una canción de nuestro grupo favorito o una buena botella de vino. Que su plática sea interesante y que tengamos nuestras diferencias y que tengan el cariño suficiente como para hacerme ver mis errores.

Las cosas han cambiado, creo que para bien. Me puedo dar por satisfecho por lo que cabe a este año de escritura, pero no me puedo conformar con las metas a las que he llegado. Me falta más. Necesito más. Y creo que mientras conserve las ganas de seguir conociendo nuevas cosas y nuevas personas y no me estanque en la comodidad de lo conocido podré decir que puedo seguir creciendo.

Y gracias a todos los que de alguna inexplicable forma son lectores asiduos de este experimento burdo de escritura. A todos los que me han dado sus críticas y comentarios. No saben lo que significa para mi saber que dedican un rato de su tiempo a leer las tonterías que salen de esta cabecita loca. Así como en un principio, todos siguen siendo bienvenidos y les agradezco por ser compañeros de viaje en esta aventura de letras electrónicas.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Bitácora de vida - Morelia

En la central de autobuses de Morelia, esperando el autobús para Uruapan.

Morelia es una ciudad hermosa. Extrañamente es la segunda vez apenas que la visito. Algo raro si se toma en cuenta que Michoacán es algo así como mi segunda tierra. Habrá que regresar con mas tiempo, ya que en un día no pude recorrer todo lo que se merece.

Ahora en unos minutos voy a la que es la ciudad de mis amores después de la Ciudad de Mexico: Uruapan. Es la primera vez que viajo sólo allí en todai vida y eso me da cierta nostalgia de mi infancia y todas las veces que he estado allí.

Ya veremos que es lo que pasa.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Rojo no necesariamente quiere decir Alto

El paso del frio de la calle a lo cálido del interior me convence para quedarme. Camino hacia el lugar, pequeño, acogedor como todos los que he visto aquí, con la diferencia que no está lleno de turistas en búsqueda de diversión ni de locales bebiendo. Es extraño porque desde que estoy aquí todos los lugares por los que paso si algo les sobra es gente.

Al fondo, una pantalla de televisión me da la respuesta. ¿Un juego de fútbol americano? ¿Pero si es de noche? De pronto recuerdo que no estoy ni remotamente cerca de casa y que la diferencia es la suficiente como para que lo que allá veo de día aquí se vea de noche. Es domingo y por vez primera tengo una referencia clara no sólo de en qué día estoy, sino también tengo algo que me conecta con esa rutina de la cual he estado escapando.

Pero llevo demasiado tiempo de pie en la entrada y mis divagaciones comienzan a verse algo extrañas. O quizá no, aquí deben estar acostumbrados a excentricidades mayores que las de un tipo parado en la entrada confundido y un tanto apenado. Sin más voy directo a la barra, dándome cuenta que es otra cosa más que jamás antes había hecho. ¡Bien!, pienso, una cosa más de esas a la colección.

Una chica, europea más no holandesa, atiende del lado opuesto de la barra. Platica con una amiga suya mientras se dedica a buscar entre sus discos. A mi lado, un señor extrañamente de traje e igualmente no holandés bebe una cerveza mientras mira distraído el juego. Es curioso ver en el monitor la luz del sol mientras que en las calles la noche se rompe con la infinitud de aparadores con luces rojas y mujeres apenas vestidas bailando y repartiendo besos.

La chica, que al parecer encontró lo que buscaba y se dio cuenta de su nuevo cliente pregunta en un perfecto inglés sacado de la isla si deseo algo. Como me toma entre una nueva transición entre el partido y las ventanas rojas sólo alcanzo a pedir la misma cerveza que mi vecino. Él quizá se da cuenta, pero está más ocupado en sus asuntos que en los míos. Yo estoy aún también en los míos.

Como si fuera imán, los aparadores siguen llamando mi atención, quizá más que después de haberlos visto de cerca. Más cerca de lo que cualquiera que me conozca pudiese pensar, pero ¡qué diablos! Afuera cual catálogo para el pecado uno puede realmente perderse con la variedad. Prácticamente no hay tipo ni estilo que no se ajuste a los gustos de cualquiera, es cuestión de elegir y vencer ese miedo sempiterno a dar el paso. Algo que por cierto no les cuesta ningún trabajo a los buenos habitantes de la ciudad.

Llega mi cerveza y con ella la chica, a quien después de un torpe “gracias” en inglés y una mirada rápida puedo darme cuenta que es bastante guapa. Sí, ¿por qué no? Pero, ¿Cómo inicias una plática? Ella me da la respuesta. Pone el disco que buscaba mientras recordaba México y las ventanas rojas y comienza una canción harto conocida para mí. Ella y yo al parecer tenemos la edad suficiente para conocer a Chris Cornell, así que sobre lo que platicamos es sobre ese cover de Led Zeppelin. Al parecer mi vecino tiene la edad suficiente para conocer sobre Zeppelin así que trata de unirse a una conversación que, si bien no dura mucho, si es lo suficiente como para darme cuenta que uno puede hacer ese tipo de cosas fácilmente. Con el hándicap de que la plática no es en tu propio idioma.

La cosa obviamente no pasó más allá. Tres o cuatro cervezas más tarde salía del lugar nuevamente hacia lo frio de la calle, con una nueva amiga en el bar y pensando nuevamente en las luces rojas que al parecer no descansan ni en domingo y sin importar la hora. Sin embargo camino contento y satisfecho de ver que al fin, el tabú de pensar que las luces rojas significan alto ha quedado bien atrás.

martes, 1 de noviembre de 2011

Ámsterdam lindo y querido (Sin Vanesa)

Lo primero que se me viene a la mente es estar parado esa noche en la salida de la estación de trenes de Ámsterdam. La vista de la ciudad y su ritmo me quitó todo rastro de temor que pudiera tener en esos momentos y ante sus brazos abiertos no hice otra cosa más que dejarme abrazar.

Y es que esos tres días en Ámsterdam me demostraron una vez más lo divertido que es hacer las cosas solo. Lo verdaderamente emocionante no siempre es hacer las cosas más alocadas, sino más bien aquello que nunca has hecho y de grado o por fuerza debes hacer.

Y las cosas empezaron de la manera más chusca que uno pueda imaginarse. Uno empieza a hacerse los proyectos más locos y de repente se da cuenta que hizo todo el largo trayecto hasta las Europas sin una simple y sencilla toalla. ¿Qué difícil puede ser comprar una toalla? En México sin duda ninguna, pero ¿en Holanda? ¿Dónde demonios se compra? Ya era demasiado tarde para invocar de vuelta a Vanesa, por lo que así fue cómo en la vagancia de esa primera noche solo en Europa mi principal objetivo era comprar una toalla. Como fuera y del tipo que fuera. Al menos me sirvió para ubicar tiendas de varios tipos y orientarme por los barrios de allá, pero la toalla ni sus luces. Recursos de desesperación, tuve que conformarme con una toalla pequeñita de esas que se usan para la cocina, que me salió en no sé cuánto por ser souvenir. Ahora me arrepiento de no haberme llevado conmigo hasta el final la dichosa toalla, ya que quedo extraviada en algún lugar perdido de Paris, pero digamos que fue divertido mientras duró.

A pesar de ser una ciudad relativamente chica, no le quita el nombre de ciudad y con todas sus consecuencias. De día pude perderme por sus calles, recorrer a pie y en barco sus canales. Encontrar un mercadito de chucherías me alegró el corazón, conocer la casa de Rembrandt y la de Ana Frank, si bien esta última me dejó el trauma en flor de piel al ver todo lo que un ser humano es capaz de hacer para sobrevivir al tiempo de ver lo que otro ser humano es capaz de hacer para quitarle la vida a otro.

Tiempo de hablar en inglés sin tener respaldo y puedo decir que lo hice decentemente. Mi prueba de fuego llegó justamente en la fila del museo de Ana Frank, cuando una familia de hindús se me acercó a preguntarme en un inglés espantoso para qué era la fila de la cual era miembro. Yo en un inglés horrible y achilangado traté de explicarles la historia de la niña Ana y sus desventuras. Después de ese desencuentro cultural en el cual creo que cada parte se fue mentando madres en sus respectivos y añorados idiomas yo ya me sentía listo para todo.

Más o menos la vista saliendo de la estación. ¡Cualquiera de ustedes se sentirían emocionados!

Si bien de día el propósito fue visitar y revisitar museos de Ámsterdam, de noche la diversión era casi obligada. Lo digo porque el único día en el que el cansancio me hizo irme a dormir relativamente temprano al hostal, tuve que soportar la compañía de varios gringos pasados por alcohol y marihuana que jamás dejaron de hablar de las pendejadas que esas cosas te hacen decir. Es así como me volví uno de tantos caminantes nocturnos que recorren las calles del Red Light District, y como todos ellos viendo una y otra vez a las bellezas que adornan el camino desde sus aparadores con luces rojas. Fue el tiempo de sacar el fotógrafo que llevo dentro y de entrar a los bares que abundan en esas calles. Placeres sencillos si ustedes quieren, pero cosas que uno disfruta solo y que tienen un placer especial cuando uno está solo en medio de gente que ni lo conoce y que ni habla el mismo idioma. Fue justamente en uno de esos bares donde, entre el repasar lo que había pasado en el día y pensar lo que haría después, la aventura europea no sólo tomó forma, sino que me dio una buena idea de cómo debería continuar.

jueves, 27 de octubre de 2011

Entre holandeses te veas (con Vanesa)

Holanda fue una revelación en varios aspectos. Entre los mingitorios que están en plena calle o que se acostumbre comer papas a la francesa con mayonesa uno no sabe realmente a qué atenerse en los Países Bajos, muchísimo menos cuando no es el lugar, llamémosle “normal”, en el que un monito habitante de las entrañas mismas de México-Tenochtitlán piensa para llegar por primera vez a hacer las Europas.

Y sin embargo hice mi tarea. Desde que Vanesa y yo acordamos que Ámsterdam sería el punto de encuentro traté de informarme bien que hacer y cómo hacerlo. Tratando de no limitarme a las píldoras de Wikipedia me di a la tarea de investigar que se podía hacer en las frías tierras de la capital de los holandeses, aunque como buen mexicano todo se juntó y el plan ya no quedo tan bonito como uno pensaba. Lo cual no quiere decir que haya quedado mal.

Ya desde el avión uno se iba percatando de que las cosas se pondrían la mar de raras y divertidas. Compañera de viaje que era la primera vez que dejaba su pueblo natal (Silao o Irapuato, no recuerdo,  pero de que era en Guanajuato era seguro)  El pasar por encima de Groenlandia fue curioso (para un geek de mi calaña claro), ver el océano negro a la distancia son cosas que a ponen a pensar, principalmente que uno no sabe nadar y que en caso de accidente terminaría peor que Di Caprio en el Titanic.

Mi condición de visitante que nunca ha salido de la querida tierra donde ha nacido se vio reflejada de inmediato por mis torpes explicaciones en inglés a la señora policía de aduana (enorme ejemplar de lo bien entrenados que se encuentran en Holanda) acerca del tópico “que pitos tocaba en su país” y porque me salí por la puerta equivocada del aeropuerto, dejando unos minutos más a Vanesa esperando en otro lado, con el riesgo de quedarme solo y sin guía en tierra incógnita, como al final de todos modos pasaría.

No sé si era por lo cansado de volar 13 horas, o por que todo mundo hablaba inglés, o por la situación extraña de estar con ella, pero puedo decir con toda confianza que no estuve muy atinado ese primer día de mi estadía en Holanda. Igualito que gato viejo que lo llevan a vivir a otro lado, no paraba de ver para todos lados, de sentirme hasta cierto punto incomodo por no tener ninguna referencia exacta de donde estaba, enfundado en mi chamarrota gris que llegaría a odiar vehementemente, y también por esa clásica desesperación mía que por poco hace terminar mal la cosa con mi querida guía.

Mi barrio durante algunos días. Ninguna foto le hará justicia como es debido.

Ya pasado el primer día la cosa se puso buena. El museo de Van Gogh, Rijksmuseum, caminata por Dam Square y su feriecita, primer contacto con la comida y sobre todo, Red Light District. Cosa curiosa, jamás olvidaré la sorpresa y la pena de Vanesa al darse cuenta que el Hostal que ella me consiguió para quedarme en la ciudad en lo que ella atendía sus asuntos allá en el norte quedaba situado justo en medio de dicho lugar. Hasta ahora creo que no se lo he agradecido como es debido.

lunes, 24 de octubre de 2011

Mi 22 de octubre

Como había dicho en una entrada anterior, tengo la costumbre (buena o mala, no sé) de que varios eventos de mi vida o relacionados con ella suceden en una misma fecha. El pasado 22 de octubre fue uno de esos por dos razones: En primer lugar Pearl Jam cumplió 21 años de haber debutado en vivo. En esos momentos aún no eran Pearl Jam (eran Mookie Blaylock) y tocaban bastante mal (por más que uno sea fanático de la banda hay que aceptarlo, ¡qué feo tocaban!) y, a pesar de que yo no soy para ellos más que un fan de tantos, ellos para mí han sido parte fundamental de mi vida.

Pero no todo en la vida es Pearl Jam.

Un 22 de octubre pero del año pasado este su muy chafa héroe se encontraba abordando el avión que lo llevaría a recorrer el viejo continente por primera vez en su vida. Y créanme, esa ha sido una de las experiencias que más ha cambiado mi vida en muchos de sus aspectos. 

Lo precipitado de la decisión y lo apurado de los planes le dieron aún más un toque de aventura. Conforme se acercaba el día la ansiedad me atacaba más y más. No podía dormir, no podía comer, me pasaba repasando una y otra vez si no me hacía falta algo, las noches que podía dormir sólo era para soñar que el avión me dejaba. Ansioso y desesperado como siempre he sido pues. Incluso el mismo día, 22 de octubre, me encontraba buscando unas tortillas que Vanesa tenía a bien haberme encargado y que en mis nervios se me olvidó comprarle.  Fueron sustituidas por unas patéticas tortillas dietéticas hechas a base de nopal, que ella tuvo a bien resignarse a aceptar. El algo es mejor que nada jamás había sido aplicado con tanta resignación.

La última foto tomada en México el 22 de octubre, no muy artística pero si muy descriptiva

La emoción de estar en el taxi rumbo al aeropuerto y la llegada a él es algo que todavía me hace sonreír. Durante los años anteriores sólo había hecho ese camino para despedir a amigos que hacían algún viaje importante o se iban de vacaciones al extranjero. Irónicamente en la ocasión en la cual yo debía ser el despedido nadie fue, nadie me acompañó. Quizá en parte estuvo bien porque me evitaron las despedidas que no me gustan del todo, pero me hubiera gustado tener a alguien allí para compartir esos momentos. Todo se limitó a una nota tonta en Facebook y a esperar valientemente el momento de la salida. Todavía no tenía idea de todo lo que me esperaba. Amsterdam y Vanesa estaba a unas cuantas horas de recibirme y con ellos una de esas aventuras que para siempre vivirán en mi corazón.

No sé cuándo regresaré. Yo espero que el próximo año sea el momento para estar de nuevo allá, pero por mientras estaré en estos días recordando un poco de lo que fue esa aventura de un chilango en las Europas.

jueves, 20 de octubre de 2011

Carta a mí mismo

20 de octubre de 2011, noche fría en la Roma.

He tenido últimamente demasiadas cosas en las que me he ocupado, y por desgracia no han sido las que más me gustan. Vamos, me gusta mi trabajo pero no sólo de trabajo vive el hombre.

Últimamente también he resentido un poco estando solo. No he tenido tantas conversaciones interesantes como me gusta ni tampoco he hecho nada digno de escribir o de contar. No había escrito nada y de hecho la única persona con la cual podía realmente platicar, aunque sea por carta, ha sido en cierta forma arrebatada por otra persona. Y lo merece la verdad. Pero heme aquí atrapado y sin forma de expresarme ni con quién abrirme para ver si puedo sacar lo que traigo dentro. Así que si no tengo con quien hablar o a quien escribirle una carta, decidí escribirme a mí mismo.

La vida en solitario es a veces pesada. Uno debe tomar decisiones por todo y uno debe hacerse cargo de todo so pena de que el caos poco a poco lo absorba. Veo mis cosas, mi “casa”, y de cierta manera siento que he hecho algo, aunque tengo esa gran insatisfacción del que aún busca algo más. Mi trabajo es bueno aunque lentamente comienza a matarme (Radiohead dixit), sigo estando soltero, lo cual es bueno y malo a la vez, sigo empeñándome en aferrarme a mis decisiones, por más tontas que estás puedan parecer. He perdido y ganado amistades. He dejado pasar oportunidades que quizá nunca pueda volver a recuperar y he hecho cosas con las cuales he soñado. Y aun así siento que algo me falta.

¿Me faltará una persona con quién compartir todo esto? Quizá. A veces me gustaría llegar a casa y saber que alguien me espera o que le gustaría saber cómo me fue en mi día. Que me hiciera reír o que tan solo nos quedáramos en silencio y en paz. Extraño un poco todo eso, el hablar con alguien sobre mi día no sólo como quien da el informe de actividades sino como ese dialogo que involucra sentimientos y razones. Hace poco recordaba los días buenos con Patricia o las pláticas hechas a base de silencios y voces con Vanesa, por sólo decir algo.

Aunque a veces recuerdo que la soledad no es mala. Me ha permitido crecer, o al menos eso pienso. Aquella persona que no ha sentido la satisfacción de abrir la puerta de su casa y disfrutar de un largo rato de silencio rodeado por su propio ambiente entonces le falta mucho por vivir. La convivencia es necesaria, como necesario también es para mí estar lejos de todo y todos. Aquí, arriba, en mi árbol.

Estoy cerca de Noviembre y se lo que eso significa. Hace un año lo pude soportar gracias a ese viaje, el cual también hace un año que fue. Quizá ahora estoy así sabiendo que se acerca peligrosamente y yo no estoy muy en guardia para recibirlo. Podría ser que por eso no me gustaría estar solo cuando llegue pero también sé que es una de las cosas que debo exorcizar si es que quiero seguir adelante. No puedo ser juez y parte y darme consejos a mí mismo, sabiendo que estos me costarán mucho trabajo cumplirlos. Sé que estaré pensando demasiado en Noviembre y lo que significa, y que debo soportarlo. Quizá solo, quizá no, pero es algo que debe pasar.

Conforme pasa el tiempo me pregunto más que será lo que hay de malo en mí. ¿Habrá algo malo en mí? Sé que todo mundo me dirá que no, que valgo mucho y que tengo mucho. Pero, entonces ¿por qué sigo así? No sé si sea inseguridad, o falta de confianza, pero sigo sintiéndome tanto o más incompleto que antes. No me he dado por vencido y eso ya es ganancia, pero a veces siento que las fuerzas terminarán y yo seguiré exactamente igual.

A falta de remitente, me he elegido a mí mismo como el que recibirá estas letras. Algo absurdo si considero que va a parar a un lugar donde todo mundo puede leerlo pero al final es igual. Todo mundo es sinónimo de nadie, porque quien lea esto sólo pensará en que es un debraye más de una mente ociosa. Todos menos yo, que soy el único que sabe lo que en estos momentos trae dentro. Y quien sabe, a veces yo mismo no sé qué me traigo.

martes, 20 de septiembre de 2011

Pearl Jam Veinte

¿Hasta qué grado se puede ser fanático de un grupo musical? En primer lugar, ¿qué significa ser fanático? ¿Ir a la mayor cantidad de conciertos? ¿Comprar la mayor cantidad de memorabilia? ¿Saberse absolutamente todas las canciones y cantarlas a todo pulmón como queriendo echar en cara esto a todo mundo?


Ser fanático para mi es más cuestión de amor y de momentos. Hablo de amor porque uno permite que la música lo acompañe a toda hora, porque el leer sus letras y cantar sus canciones sabes que hay allí algo que te mueve, que te hace sacar tu furia o sonreír o llorar. Y sabes que esto es extraordinario porque toda esa avalancha de sentimientos la logra sacar una persona que jamás has conocido y que seguramente nunca conocerás y sin embargo tiene esa capacidad oculta para conectarse contigo y saber qué piensas y qué sientes y plasmarlo de una manera tal que en cuanto repasas nuevamente esos discos sabes qué fibra te tocará.


Y hablo de momentos porque siempre hay una canción que te recordará tal época o a esa persona. Habrá momentos en los que milagrosamente esa canción aparecerá ya en tu mente o en el ambiente, encajando justamente con lo que está sucediendo.


Hay muchos grupos que logran todas esas cosas, pero ninguno como Pearl Jam. Y justo por eso soy fanático de ellos.


Y es que si me pongo a enumerar las veces en las que este grupo y sus canciones me han acompañado harían de esto un escrito muy largo. Puedo recordar como “Blood” me ayuda siempre a sacar todo el coraje y el enojo que llevo dentro y que lo ha hecho desde hace más o menos 15 años. Recuerdo mis esfuerzos para tocar “Small Town” en la guitarra usando las notas que venían en el librito del CD y recuerdo cómo se quedó instalada en esa persona que nunca más he vuelto a ver y moriría por encontrarla de nuevo. Escucho “Wishlist” y directamente me lleva al momento en que escuchándola por primera vez en vivo cerré mis ojos y pensé en esa persona tan especial. O como olvidar ese triste momento en el que tantas veces me despedí de esa persona y justo en el que pensaba sería el abrazo final se dejó escuchar “Off he goes” en las bocinas de la estación del metro Allende. O escuchar “Smile” y pensar en todas aquellas personas a las que extraño y quiero y preguntarme siempre si seré lo suficiente buena persona para hacerlos sonreír. O “Present Tense” en los momentos más difíciles y en los que parece que ya no existe razón para vivir y de golpe me recuerda que hay que vivir siempre el presente. O más recientemente “Alive”, que me recuerda que a pesar de todo y todos sigo estando vivo, por más muerto que me declaren.


  

¿Qué significa que mi grupo cumpla 20 años? Demasiado. En primer lugar recordar que me han acompañado fácilmente 18 de esos 20 años y eso ya es toda una vida estando juntos. Es recordar que una noche de 2001 escuchando por primera vez el concierto de su Décimo Aniversario me propuse dos cosas, verlos en vivo y hacer lo imposible por estar en su Vigésimo Aniversario, y recordar ahora en una mañana de 2011 que logré cumplir ese par de sueños. Es saber que a pesar de que como en toda relación existen altibajos, nunca dejarán de sorprenderme y de hacer cosas que me sigan llegando y llamando la atención.


Que un tipo de México se sienta inspirado por cinco tipos de Seattle suena todo lo cliché que se quiera, pero es la verdad. Y hoy que es una fecha especial para todos los que como yo comparten estos sentimientos me gustaría poder decirles a ellos lo que una persona me dice siempre que le pregunto qué le diría a Eddie Vedder si lo tuviera en frente:


Gracias.

martes, 23 de agosto de 2011

Unas letras para ti


No puedo decir que se rompió el último vínculo que me ataba al pasado, porque éste siempre ha sido tan frágil que de milagro se ha sostenido. Más bien es un reafirmar lo que al parecer el destino nos guarda. Y aun así, quien sabe que pasará en un futuro.

Lo sabía, quizá sólo había hecho falta la confirmación, por eso no me pesa. Al contrario, en cierta forma me alegra. Quiere decir que las cosas han cambiado, para bien debo pensar. Que todo lo incierto o doloroso va quedando atrás y puedo decir que en cierta forma sé que es la persona adecuada.

Hay que mirar adelante, tú lo haces y creo que yo lo he hecho también. Eso me da gusto. Ver que todo siga su curso me da esperanza, a pesar de que sigan pasando cosas desagradables en nuestras vidas, siempre hay algo que permite que salgamos adelante. No sé como haya pasado en tu caso, pero estoy seguro que eres feliz. Y eso es suficiente para mí.

¿Cuándo me tocará a mi? No lo sé, solo espero no equivocarme y apresurar las cosas como bien sabes que acostumbro. Pero ya veremos.

Sólo el Dios, el destino, nuestras decisiones o quien quiera que lleve el hilo conductor de nuestras vidas lo sabrá.

Como otras veces, sin querer me pones el ejemplo. Creo que debo seguirlo.

viernes, 19 de agosto de 2011

Las nuevas aventuras de un chilango ‘fueras’ de su patria – Rumbo a la bella airosa


Así es, casi a punto de cumplirse un año del Eurotrip versión Chilanga, su valeroso héroe regresa a las andadas y en esta ocasión se lanza a tierras del vecino del norte para ver a la gringada en su hábitat natural.

Pero este viaje no es nada más porque si. No señores, este viaje tiene un objetivo fundamental, el cual creo que ya casi todos los que me conocen saben y es asistir al festival que conmemora el vigésimo aniversario de una de las bandas que están en mi santísima trinidad: Pearl Jam.

El viaje está pensado y preparado desde principios de mayo, pero ha pasado de todo un poco para irse arreglando. Desde el trauma y la pelea mortal para obtener los boletos hasta la aventura de conseguri la visa en tiempo y forma. Pero todo ha ido acomodándose, quizá de formas extrañas o a veces más bien circunstanciales, pero de que otra forma podía ser. Además, hay veces que las mejores aventuras se dan sin planearse demasiado.

Ya estamos a tan solo 14 días del primero de los conciertos, así que pueden imaginar que la emoción de este su seguro servidor va cada vez más en aumento. No quiero ni imaginarme cuando ya esté en el avión o rumbo a Alpine Valley, pero estoy seguro que será una de las experiencias más grandes que haya vivido y que haré todo lo posible de mantenerlos informados por esta vía sobre las incidencias que le sucedan a este chilango y a Tania, mi bella acompañante, por las lejanas tierras allende nuestras fronteras.

The waiting drove me mad!

jueves, 11 de agosto de 2011

Caminando

Mucho tiempo de mi vida lo recuerdo así, caminando.


Uno de mis recuerdos más antiguos es siendo niño, a los 5 o 6 años caminando por las orillas de una barranca, entre la yerba, en nuestra casa en Ecatepec. Mi único juego consistía en caminar y caminar. A veces correr, otras echarme al pasto, pero siempre con mis pies en la tierra, lejos de la molesta compañía de otros niños, explorando por todos lados aunque me persiguieran las gallinas del vecino o se me subieran las hormigas. Siempre a pie.


Hay muchas cosas que hacen del caminar algo que me llene. Es la velocidad perfecta para involucrarte con tu rededor, para poder ver las cosas tal y como son, puedes detenerte y volver al punto donde estabas para ver con más calma. Puedes entrar en una tienda de libros o ver los aparadores. Todas esas cosas que en cualquier artilugio con ruedas te impide ver, o bien porque te llevan demasiado rápido o porque debes tener tu atención puesta en manejar dicho artilugio. Quizá por eso jamás he aprendido a usar bicicleta, auto, o cualquier cosa con ruedas que me transporte.


La mejor prueba de que me llevo bien con alguien o que puedo compartir algo con una persona es caminando. Quizá por eso me dolió tanto perderla a ella, ya que jamás había compartido de esa forma el caminar por las calles del centro con alguien. Quizá también uno de los días más tristes que recuerde de esa relación es el día que me dijo que no quería volver a caminar más y que le cansaba recorrer esas calles. Puedo decir que un poco de mí y un mucho de nuestra relación terminó ese día.


Ahora la gente ya no camina tanto. Y si lo hace es para darle vueltas a una plaza comercial, encerrados en un mundo donde el único objetivo es comprar. No importa si no se necesita, o si ya se tiene; lo único que importa es lucirse, gastar y caminar sin rumbo fijo viendo tan sólo gente sin mucho chiste que va exactamente a hacer lo mismo.

Sólo caminando se puede ver de esta manera.

Puedo decir que soy un caminador profesional, aunque siento que aun me hace falta mucho. He caminado por las calles de mi ciudad y me he enamorado de ellas. He caminado por otras ciudades de mi país y siempre he encontrado cosas dignas de recuerdo. Caminar por el parque nacional de Uruapan y su centro es de esas cosas que he hecho desde niño y que más añoro. He caminado por otras ciudades del mundo y eso ha sido una de esas experiencias que siempre llevaré en el corazón. Caminar por las ramblas de Barcelona y por los enormes parques de Londres, por las frías calles de Ámsterdam o las solitarias calles de Liverpool por la noche. Aún así nada se compara, y será todo lo lugar común que gusten, que caminar por las calles de París de la mano de alguien que ha sido y es una persona importante para tu vida.


Caminar es poner los pies en la tierra. Convivir con tu entorno, en cierta forma hacerte uno con él. Caminar ha sido el medio que me ha permitido no sentirme tan solo, conocer mi mundo, enlazarme con su historia y hacerme parte de ella. Mientras pueda lo seguiré haciendo, tratando de someterme lo menos posible a la tiranía de las ruedas, moviéndome a mi ritmo, viendo lo que yo quiero ver. Al final caminar te hace perfectamente libre, lo suficiente para que tus ojos se puedan pasear tranquilamente por todo lo que el mundo te puede ofrecer.

domingo, 17 de julio de 2011

17 de julio de 2003

A manera de nota: Éste texto lo escribí hace ya 3 años. Tiene sus fallas obvias porque más que una reseña del concierto, quise hacer un recuento rápido de emociones y sentimientos que tenía en esa época. También mi estilo, si bien a la fecha no es bueno, en ese entonces era peor. A pesar de eso, espero les guste.

*** 

¿Cómo olvidar ese día?

Para mí el 17 de Julio de 2003 empezó literalmente desde la media noche. Desvelado, angustiado, cansado gracias a mi trabajo de tesis que al fin quedó listo en esa noche entre el 16 y el 17 y que tenía que presentar temprano ese día. Las emociones estaban a flor de piel y no sabía que me ponía más tenso, si mi tesis sería rechazada o que algo raro pasaría y me impediría estar en el momento que durante más de 10 años había esperado.

Casi no dormí. Y lo poco que dormí tuve pesadillas horribles. Mi asesor de tesis (Un clásico inglés, flemático e impenetrable a toda emoción) no solo rechazaba mi tesis sino que tomaba mi sobre con el logo de ticketmaster y lo hacía trizas frente a mis ojos, mientras me obligaba a rehacer todo mi trabajo justo en el estacionamiento del Palacio de los Deportes mientras dentro se escuchaba Even Flow. Creo que por eso fue de las canciones que más grite ese día. Convencido de que a ese paso no lograría nada bueno, tome la decisión (tonta) de sólo dormir 3 horas antes de levantarme, hacer mi diaria peregrinación desde Coacalco, Edo Mex, hasta las ignotas tierras de la UAM Iztapalapa.



Así fue esa mañana movida, cargando con más de 300 hojas que a toda velocidad imprimí durante la noche, las cuales contenían el paso más grande hacia aspiración de ser Licenciado en Computación y cargando ese boleto que tanto estuve luchando por obtener, desde conseguir el dinero para la zona C (aun era un pobre y estudiante) y con la angustia de buscar un amigo con tarjeta de crédito (lo cual era algo bastante difícil para esos entonces)

Afortunadamente mis pesadillas no se hicieron realidad. Mi tesis fue entregada, formalmente ese día, obteniendo la dichosa firma de aprobación, y en un tiempo que no me espere, ya que contaba con entretenerme hasta mínimo las 5 pm y estaba a las puertas de la escuela con mi emoción a cuestas a las 12.

¿Qué se puede hacer en esos casos? La única opción viable era, llegar al lugar del concierto. Así que sin más me dirigí al Palcio de los Deportes, y desde que llegue allí a las 3 pm hasta que acabo ese concierto no me moví de sus alrededores. Como buen animal solitario que soy asistí solo a ese concierto y solo como estaba le di vueltas y vueltas a los puestos, compre mis souvenirs, pero algo mas allá de todo eso me embargaba: la emoción de ver que no era el único loco al que aun le seguía gustando el grupo. Lentamente veía como llegaba gente con modelos y mas modelos de playeras, desempolvando sus viejas botas y camisas de franela, émulos de Vedder o de McCreedy regados por todos lados. A pesar de estar allí solo ya no me sentía tanto.

Una de las más grandes emociones fue la espera dentro del recinto. Estuve dentro desde que abrieron las puertas y puedo decir que fui el único en mi sección un buen rato. No podía creer el lugar tan bueno que tenia considerando mis recursos (sección C-3 fila E, asiento 18). La espera a pesar de ser eterna fue reconfortante. No es lo mismo esperar algo sabiendo que en 2 horas terminaría a esperar y esperar sin saber cuando llegaría el día.

Al fin Sleater-Kinney apareció y a partir de ese momento los nervios y el cansancio de un día tan agitado comenzaron a hacer presa de mí. Primera emoción de la noche, Cameron se aparece a improvisar en el escenario con las muchachas. Algunos dicen que los demás salieron a ver el show, pero la verdad yo nunca los pude ver. Al terminar show abridor y encenderse las luces vino la  segunda emoción, el Palacio que dejé a medio llenar al inicio ahora estaba prácticamente lleno, y un grito de emoción saludó a los asistentes, sabiendo que ahora estábamos solo a minutos de cumplir nuestros sueños.



Si escuchan la grabación del concierto de ese día al inicio se puede sentir esa sensación que nos embargaba en esos momentos previos. Mucha emoción, mucha adrenalina, pero más que nada lo que había era tensión. Se sentía un ambiente algo pesado en esos momentos. No fue la emoción enorme del día 18 con el grito monumental del inicio ni el ambiente de jolgorio del 19. Ese día estábamos nerviosos, la misma emoción que se siente cuando vas a ver por primera vez a alguien de quien estas enamorado y solo has conocido por cartas. Esperas no equivocarte, esperas que tu peinado este bien, que tu aliento sea impecable. Aquí esperábamos no fallar en nuestro papel de fans al grupo que definió nuestras vidas.

  
Recuerdo muy poco de los momentos anteriores, y solo a mi mente viene el momento justo en que se apagan las luces y me quedo frio ante al grito más monumental que he escuchado en mi vida. Gritar y voltear al escenario fue una sola cosa. Y entonces allí, uno a uno, aparecieron los héroes que pensé jamás vería en mi país. El grito ensordecía, no paraba, y creció hasta un nivel enorme cuando él, Vedder, tomó el micrófono para entonar los primeros cantos de la primera canción del primer concierto de Pearl Jam en la Ciudad de Mexico: Of the girl.

viernes, 15 de julio de 2011

Pláticas por la tarde

Es una tarde nublada, el sol comienza a ser ocultado por las primeras nubes de una lluvia largamente esperada. Día cansado y de viajes en varios sentidos. Sentado a un lado de la silla que mi abuelo siempre ocupaba a estas horas para fumar su sempiterno cigarro, veía el jardín que con tantos cuidados procura mi abuela tenerlo siempre verde, a pesar de lo seco que pueda estar el clima.

Ella, caminando lentamente, pasa justo frente a mí para sentarse y comenzar a tejer, siempre tejiendo es como la recuerdo últimamente. La observo trabajando y me doy cuenta que está muy tranquila, no como si nada pero si relajada, como si no hubiera perdido a su compañero de 81 años de vida.

Como si hubiera sido capaz de leer mi mente, comienza a platicarme cosas.  No sé si más como monologo ya que le cuesta mucho trabajo escuchar, pero comienza a relatarme cómo estaba emocionada el día de su boda.

“Si, ese día estaba bien emocionada. No sabía el porqué. Como que no podía creerlo, ¿pos’ a poco si me voy a casar?”

Y así, sin decir agua va, traslada la escena a unos días atrás, en lo que sería el lecho de muerte de su esposo. Y me suelta a quemarropa que esto mismo que me estaba diciendo se lo dijo a mi abuelo unos días después de su aniversario 81, el 2 de julio. Pero eso no es lo más impactante. Lo que me deja helado en cierta forma es la respuesta que mi abuelo le da:

“Y el día que me muera, vas a estar igual de contenta”

¿Cómo?, le preguntó ella y me pregunté a mi mismo. ¿Es posible que alguien se alegre de la muerte de otra persona? La respuesta me la dio Reyes desde ultratumba, a través de mi abuela que no dejaba de tejer.

“Y pos’ me dijo eso, que ya no me tenía que sentir triste porque total ya estaría muerto y tu viva. Y tú puedes seguir haciendo cosas y yo no. Yo ya voy a estar mejor allá muerto que aquí”

“¡Y no lloré! Cuando lo enterraron nomas no lloré. Y no me dieron ganas de llorar”.

Y a mí al contrario, me dieron todas las ganas de llorar que ella no tenía. Porque lo que estaba escuchando era como si mi abuelo viniera de ultratumba a decirme a mí y a todos que sigamos adelante. Que sigamos viviendo, a pesar de lo tristes que podamos estar, de los problemas que puedas tener. Porque el mejor homenaje que puedes darle a un ser querido que se va es estar feliz por él, porque él ya no padece los dolores que le aquejan.

“Hay que seguir, voy pues, a seguir”. Es una frase del libro “El innombrable” de Samuel Beckett. Esa frase para mí siempre ha sido un lema a seguir, que en buenas y malas me ha ayudado a sacar valor para seguir viviendo. A partir de esa plática en una tarde en un pueblo apartado del mundo, la frase adquiere un significado aun mas especial si se puede, ya que el espíritu de la frase se vuelve a mi expresado en una persona, que sabiéndose a punto de morir quiere mostrar su tranquilidad y su alegría y repartirla a todo el mundo.

lunes, 11 de julio de 2011

In memoriam - Reyes González (1912 - 2011)

Se nos murió el Señor Padre de la oveja negra. Se nos fue de la única forma que pudo haber sido: por el peso de sus 99 años. Contra él no pudieron ni su alcoholismo legendario al que terminó por derrotar hace ya muchos años, ni las enfermedades, ni las cataratas en sus ojos que en una de sus tantas demostraciones de fuerza derrotó teniendo ya más de 70 y que evitó pasar sus últimos días ciego. No pudo contra él el tabaco, ya que hasta apenas hace un año siempre fumaba religiosamente sus faros sin filtro o cualquier otro que se le atravesara. Quizá de los pocos que pudieron contra él fue justamente la oveja negra, y ni tanto porque desde hace años se habían dado el mutuo perdón y reconocimiento.


Yo lo conocí, aunque no lo trate tanto por desgracia. Todo por culpa de esas diferencias que surgen entre Padres e Hijos. Y sin embargo quedan en mi memoria los pasajes que compartí con él, pero sobre todo las historias que mi Padre siempre nos relató.


Se nos fue el sumo patriarca del clan González y ahora todos lo lloramos. Pero lo lloramos a regañadientes porque un Señor como él jamás hubiera permitido que lo hiciéramos. Por su forma de ser quizá lo único que hubiera pedido es que estuviéramos a su lado, le dedicáramos alguna cosa y que siguiéramos viviendo. Justito como él lo hizo, que pintándole cara más de una vez a la muerte siguió adelante contra todo pronóstico, hasta que ya cansados ambas partes de tanto pelear, decidieron tomarse un descanso de toda la eternidad.


Ahora le dedico yo mis lagrimas (las suficientes para no importunarlo) y esto. Ojalá le parezca digno al Señor Padre de la oveja negra.

martes, 21 de junio de 2011

El discreto poder de un día nublado.

Si hay un cliché famoso como el que más ese es el clima de Inglaterra. Siempre se dice que si el frio, que si nunca sale el sol, que si la lluvia latosa. Gracias a las películas o a la literatura barata nos imaginamos un Londres muy Victoriano con esa neblina que no deja ver más allá de las narices, en callejones iluminados vagamente, donde las sombras se extienden sobre las calles de la capital de la vieja Albión. Lástima que ese paisaje no me tocó, a excepción de los días nublados.

Si bien mi primer encuentro con el clima Otoñal de Europa fue en Holanda, puedo decir que –a  pesar de ser muy lindos- no eran tan disfrutables por culpa del frio. Y de la lluvia, que en esos casos es mala combinación cuando tratas de tomar fotografías y caminar por las calles. La verdadera revelación y el primer enamoramiento con el clima fue cuando en una mañana, Vanesa y yo aterrizamos en Liverpool.

Liverpool primero y Londres después me fascinaron por eso. El clima no tan helado, con ratos de sol, casi sin viento. El pasear por las calles así es toda una delicia. Cierto, en México también hay clima así y también es genial, pero para mí hay una diferencia: los climas de Inglaterra estaban libres de recuerdos.

En Londres. Yendo a contracorriente

 Los días nublados son mis favoritos, aunque están cargados de cosas. Muchos de mis mejores y peores recuerdos están ligados a días así. Recuerdos de personas, de actos, de palabras dichas. Caminar una tarde lluviosa por el Centro Histórico puede ser de las cosas que me hagan más feliz y que a la vez me pongan más melancólico. Ya no me pesan tanto como antes, pero recordarlos puede provocar que asomen las lágrimas de mis ojos.

Pero volvamos a Europa. Y es que qué mejor para una persona que está huyendo de los recuerdos para volver encontrar su identidad que un lugar donde prácticamente no existe nada aun que lo ate sentimentalmente a algo o a alguien. Es un lienzo en blanco que puede uno comenzar a pintar libremente, viviendo experiencias nuevas, atreviéndose a hacer lo que uno normalmente no hace, compartiendo cosas que siempre quisiste hacer. Nada mas valioso que llenar el cuadro con experiencias nuevas y con sentimientos renovados al lado de la persona indicada. Y si el clima ayuda como en este caso, uno termina por lograr una comunión consigo mismo que difícilmente se lograría en otras situaciones.

Caminar por Mersey Side, por Lime Street, por los muelles, en Penny Lane o por el Mítico Albert Dock en Liverpool. O en el centro de Londres, en la abadía de Westminster o en Picadilly. En Hyde Park o incluso perdiéndonos en la inmensidad de la City. Ya para cuando dejábamos Londres en mí me sentía no como otra persona, sino como la que siempre fui y que al fin estaba recuperando. Quizá aun no del todo, pero al menos veía claramente el camino. Y es que si en Groningen había recuperado la capacidad de escribir, en Inglaterra, gracias a su frio y sus días nublados, volvía poco a poco a recuperar la capacidad de sentir.

miércoles, 8 de junio de 2011

Crónica del libro que no te devolví

“Me sobran noches; no sé qué haré con tantas noches”
El Largo Viaje, 
Jorge Semprún.

Hace algunos años tú me lo presentaste. Recuerdo que buscabas un tema propicio para tu tesis, y bien a bien no recuerdo como se atravesó (se nos atravesó) en el camino, pero un buen día me estabas contando sobre él.

Cual buenos lectores que somos, comenzaron las reseñas y las pláticas y con ello creció el interés mutuo, hasta que por fin en una librería nos topamos con su (hasta ahora) algo escurridiza obra. Entendía que el primer objetivo era puramente académico, pero realmente la vida de este hombre me interesó lo suficiente como para despertar mi curiosidad.

Joven combatiente en la segunda guerra, preso por los nazis y condenado al campo de concentración de Buchenwald, miembro rebelde del partido comunista español, ministro de cultura, todo esos hechos y oficios fueron definiendo su vida, pero curiosamente el que más me interesaba, el de escritor, no lo ejercería sino hasta veinte años de su prisión. Después comprendería el porqué.

"A cada uno lo suyo", íronica entrada al campo de concentración


“La escritura o la vida”, si mal no recuerdo, fue el libro que nos hizo conocerlo. Ya para cuando lo estudiaste y lo conociste sabías que me atraparía, y así fue. Aún no puedo encontrar historia más desgarradora ni vivencias más traumáticas que las contenidas en ese libro. Y lo peor, o mejor, o vaya usted a saber cómo decirlo, es que prácticamente todo lo escrito allí, había pasado realmente.

He leído a Semprún en varias ocasiones, pero realmente el libro que me dejo hechizado por su crudeza y por el dramatismo al que llega a tender es “El largo viaje”, curiosamente, el primer libro que se atreve a escribir.

Tengo ahora aquí, a mi lado, el libro, pero he de decir que no era para mí. Lo compré para ti, supongo que ya ni lo recuerdas. Muchas cosas pasan, y muchas debieron pasarnos, y el libro permaneció intocable hasta mucho tiempo después, cuando recorría mis libros en el acto de hacerlos míos vía ex libris. Allí lo vi, recordé, y sin más, lo leí.

Puedo decir que redescubrí a Jorge con ese libro, que lo hice particularmente mío en un momento de crisis y dolor en mi vida, y que me enseñó que comparado con el suyo, cualquier otro pesar es sinceramente ridículo. Tomé la decisión de quedármelo porque al final se convirtió en esos libros que han pasado a ser parte de mi bibliografía personal, que definen un cierto punto de mi vida.

Por eso ahora, sé que ambos estamos de luto, porque hemos perdido a uno de los grandes. Porque la memoria sobre esos hechos vergonzosos muere cada vez más y comienzan a escasear los recuerdos de primera mano. O más simple, porque para bien o para mal, de alguna manera, nos definió a ambos.

El libro es tuyo, y si me lo pides, sentiría la obligación moral de regresártelo. Al final sé que estaría en buenas manos, mas quiero por ahora verme algo egoísta y dejar que se quede acompañándome un tiempo más, para poder hacer un mejor duelo.