viernes, 15 de marzo de 2013

Lovecraft



Lovecraft. Hablar de él es repetir tantas cosas que ya han sido dichas antes, y de mejor manera, que repetir nuevamente su historia, hechos y vida sería poco más que redundante. Mejor hablemos de lo que él ha hecho por mí.


Conocí al Maestro en la mejor época en la que se puede conocer a un autor como él: final de la adolescencia e inicios de la juventud. Mi mente aún era fértil y la imaginación muy activa. No quiere decir que haya dejado de tenerla, sólo que la vida aún no me había castigado lo suficiente como para dejar de creer en sueños.


De niño tuve dos problemas graves: pesadillas recurrentes y problemas de sonambulismo. Más de una vez les saqué buenos sustos a mis padres por verme en ese estado y, entre dormido y despierto, deambular por la casa diciendo las incoherencias que veía en mis sueños. Atención médica mediante pudieron remediar mi segundo problema pero el primero jamás se fue.


Mis pesadillas siempre han sido caóticas, terriblemente vívidas y continuas. Puedo despertar a media noche gritando y llorando, calmarme un poco, dormir de nuevo y proseguir mi sueño justo en donde me quedé. Afortunadamente conforme crecía mis pesadillas se fueron haciendo cada vez menos frecuentes, pero sí más reales y más pesadas. Las lecturas y las cosas que ve uno siempre afectan.


Casi siempre que tengo estos ataques, para evitar volver a sufrir ese dolor (incluso físico) de mis malos sueños, lo que hago es permanecer despierto. Escuchar música, leer algo y, en tiempos del internet, ponerme en línea. Desde allí empecé a adquirir esos hábitos nocturnos que tan difíciles son de evitar hoy en día, pero también, cosa importante, me predispusieron al gusto por el terror y lo macabro como forma de escape y para tratar de encontrar algo de explicación a mis malestares.


Lo primero que leí de él fue La llamada de Cthulhu, y lo leí de la forma más inverosímil. Neófito como era en esos entonces para todo, Abraham y yo empezábamos a incursionar en el terreno del juego de rol. Éramos unos adolescentes enamorados de los vampiros y demás monstruos de cajón y teníamos curiosidad por interpretar a un personaje de esos. Sellkyrck, de hecho, nació en esos primigenios intentos roleros/literarios y desde entonces el buen amigo me ha seguido acompañando desde entonces. Israel, nuestro director de juego, solía cargar varios libros de juego de rol y uno de ellos era justo La llamada de Cthulhu. Jamás olvidaré ese libro de portada azul con el gran Dios perfilándose entre las sombras atacando a los pobres marineros. El libro de hecho comenzaba con el relato que le daba nombre y allí fue donde lo descubrí.

El origen de todo
El efecto que tuvo en mi fue inmediato porque ese relato parecía sacado de una de mis peores pesadillas. Lo devoré, lo volví a leer, me compré ese libro del juego de rol. A partir de ese momento me obsesioné con él a tal grado que busqué en todos lados libros suyos en la biblioteca de la escuela (donde obvio no había nada), ahorraba cada peso para comprar un libro suyo. Allí fue donde conocí y amé las ediciones de Alianza Editorial, con sus portadas alucinantes y su lomo amarillo. Empecé a leer su vida y darme cuenta que el caballero de Providence compartía conmigo las pesadillas y los hábitos nocturnos, sólo que llevados a un grado de genialidad tal que me dejaba boquiabierto. El caballero decimonónico atrapado en un siglo que odiaba profundamente y anhelaba poder vivir en otra época, abandonado y señalado por todos, solitario hasta el final pero a pesar de todo buen amigo, inteligente y cultísimo. Amante de los libros, los gatos y los helados. Todo un ejemplo de vida para mí. De repente el buen HPL se convirtió en todo lo que yo aspiraba ser.


De sus relatos, creo que el mejor para mí y el que más disfruté fue “El caso de Charles Dexter Ward”. La forma en la que está contado es sencillamente magistral y, en parte, me inspiró a intentar escribir mis propias cosas. Sus relatos cortos no tienen sobra. “La llamada de Cthulhu”, “El color que cayó del cielo”, “La sombra sobre Insmouth”, “Dagón”, La saga de Randolph Carter y sus escapes oníricos, es imposible decidirse por uno. También si por algo soy cuentista (en ciernes, pero cuentista al fin) es por ver la manera magistral de cerrar una historia en pocas páginas.


Lovecraft es para mí la razón por la cual aprendí a vivir y aceptar como soy. Outsider como siempre he sido, vivía reclamando mi incapacidad de relacionarme con la gente y a veces renegaba de saber que nadie compartía mi forma de ser. Al conocer su vida, saber que muy pocas veces salió de casa de día, que muy pocas veces conoció gente pero que sin embargo se las arregló para casarse, tener amigos y escribir, me di cuenta que la vida solitaria no era mala, sino todo lo contrario. HPL me enseñó que una persona puede abrirse paso en la más absoluta soledad y que, no dependemos de la gente, más aún, uno escoge la gente con la que quiere estar, no por necesidad, sino por el gusto de compartir su torre de marfil.


Lovecraft murió hace 75 años. Murió prácticamente solo, sin nadie que reconociera su enorme talento ni su gran impacto en la literatura. Afortunadamente el tiempo no sólo le daría la razón sino que lo colocaría en el lugar que merece. Músicos han  compuesto melodías increíbles para él, escritores han creado y recreado historias alucinantes basadas en sus relatos, artistas de toda índole le han rendido tributo al gran Maestro.


Yo solo le puedo ofrecer esta humilde entrada perdida en mi blog. Sin embargo, es de todo corazón y dedicada al señor que me enseñó a aceptar las pesadillas y los sueños como un don y no como un castigo.