lunes, 21 de julio de 2014

A mí sí me gusta el Re



Creo que tengo muy pocas cosas en común con mis hermanas, pero con Ángeles, “la hermana de en medio”, llegué a compartir algunos gustos. Musicalmente, a pesar de ser tan diferentes (hace 20 años ella comenzaba a ser fan from hell de Magneto y yo de Pearl Jam) compartíamos el gusto por un par de grupos: The Beatles y Café Tacuba. Yo descubrí a The Beatles y ella terminó por adoptarlos y gracias a que ella escuchaba estaciones de radio pop, conocí el sencillo de un grupo nuevo que comenzaba a despuntar. La canción, “Las Batallas”.


Por aquel entonces, Ángeles comenzó a tener sus primeros trabajos. No eran la gran cosa pero le permitió comenzar a comprarse sus propias cosas con su propio dinero. Gracias a eso (y a ella) tuve mi primer walkman y en la casa comenzaron a llegar más y más discos de música que a ella le gustaban, claro. Pero un día de 1994 llegó con algo que de inmediato nos transformó a los dos.


Jamás olvidaré el momento en que me enseñó aquel casete. Empezando por la forma en la que venía empacado, ya que no tenía la típica cajita de plástico, sino que era literalmente una caja de cartón, con el ya clásico “CAFÉ TACVBA” y una especie de macetita con flores impresos en negro y justo entre ambas cosas el nombre del disco: Re. Y lo que tampoco olvidaré jamás fue la primera vez que lo escuché. 

Es la única imágen que pude encontrar del casete tal y como lo teníamos. Lo perdimos por desgracia ya que mi hermana se lo prestó a un malnacido que jamás se lo regresó.


La noche que lo escuché se convertiría en la primera de innumerables veces que he escuchado el Re. Quizá fue porque era un adolecente impresionable que le gusta vivir en una dramatización de su propia vida, pero sentí que todas y cada una de las veinte canciones me decía algo a mí, Javier González, de manera personal. Creo que pocas veces me he sentido tan identificado con algo.


Aún ahora, veinte años después, cada que escucho el disco me remueve una marea de recuerdos que me provocan una sonrisa. Creo que eso es lo que más me ha gustado de este disco en particular. A pesar de que Café Tacvba lleva dando tumbos desde hace casi 10 años, en ese momento con Re consiguieron lo que pocos grupos en México pueden presumir: quitarse de encima la etiqueta de ser un grupo “con un estilo definido”. Por ejemplo, allí tenemos a los “Locos” de la Castañeda o a los desmadrosos y pelados de La Cuca (primero) y de Molotov (después). Re rompió con la definición de música Neofloclorista Xochimilca que ya se les comenzaba a imponer. 


Hay pocas canciones que se comparen con las de su primer disco, “Café Tacvba” y de hecho, hay pocas canciones dentro del mismo Re que se parezcan unas a otras. La intención es romper completamente con el disco anterior y por eso encontramos canciones tan dispares como la tambora de “El fin de la infancia”, el rock metalero de “El borrego”, el bolero de “Madrugal” (que por cierto, cuando la escuchó mi señora madre le gustó… hasta que llegó a la parte de la caca de paloma), la experimentación de “Pez/Verde”, el disco setentero de “El baile y el salón” (que irónicamente, junto a “Las flores”, terminarían por definir un sonido que caracterizaría al grupo en el futuro) o el rock más clásico de “La pinta”. Escuchar Re es darse un viaje por todas las posibles influencias del Café Tacuba de ese entonces y de paso es una muestra de que los cuatro miembros si eran músicos de verdad.

Re cumple 20 años y también cumplen 20 años las críticas hacia mi gusto por él. Creo que desde la primera vez que alguien me vio escuchándolo me han dicho frases tales como “¿Cómo te puede gustar eso?” o “Ese grupo tan malo sólo puede hacer cosas malas” y varias más. De hecho actualmente soy muy crítico con el grupo porque para mi gusto han venido decayendo desde “Avalancha de éxitos”. Jamás me propuse ser defensor del grupo ni del disco y no lo haré ahora, cada quién sus gustos. Lo que sí puedo decir es que a mí sí me gusta el Re y que en mí muy particular punto de vista es el mejor disco de rock hecho en México. Encantado podemos debatir mis afirmaciones, pero mí gusto y mi historia personal por este disco queda fuera de toda discusión y para mi seguirá teniendo un lugar asegurado en la categoría de discos que me han marcado para siempre.

 
Creo que desde el inicio esta ha sido mi favorita de siempre. Fui feliz cuando la escuché en vivo en ese concierto de los 20 años.

viernes, 16 de mayo de 2014

Con Cariño, Juan Rulfo

A manera de explicación: Hoy, 16 de mayo, Juan Rulfo estaría cumpliendo 97 años. Con motivo de su cumpleaños, me permito ponerles esta reseña que escribí hace rato ya para la revista Plugged. A mi el libro en cuestión, "Cartas a Clara" (2013, Editorial RM) me dejó la impresión de un Rulfo completamente desconocido pero que explica mucho el caracter de su obra. Espero les guste.



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En estos tiempos de inmediatez, es difícil, querido lector, sentir ese sentimiento de desconexión o evasión del mundo y de los otros. Es tan fácil obtener noticias de otra persona gracias a internet, que podemos ya no sólo hablar con alguien en cualquier momento, sino también tener su ubicación precisa, saber qué está haciendo, qué come, a donde ha ido, qué ha visto y leído, qué música ha escuchado, entre otras cosas. Pero hubo una época en la que todo esto no era ni remotamente posible.

¿Ha recibido usted, amigo lector, una carta? Y no me refiero a estados de cuenta bancarios o publicidad. Una carta de verdad. Un pedazo de papel que alguien, desde algún lugar del planeta, usó para escribirle cualquier cosa y enviárselo a su hogar. Escribir una carta era cosa seria. Incluso era considerado un género literario en sí mismo (el género epistolar). Es por eso que cuando se tiene la oportunidad de echarle un vistazo a los diálogos epistolares que gente famosa sostenía con alguien más se convierte en algo tremendamente interesante.

Bajo esa premisa, ¿qué puede ser más revelador que la correspondencia de un escritor famoso? ¿Y qué puede ser más interesante que su correspondencia personal? En algunos casos, las colecciones de cartas se vuelven un instrumento indispensable para conocer las ideas y las tormentas de un escritor. Nosotros siempre vemos el producto final: una novela, un poema; pero casi nunca sabemos en qué pasos andaba el autor mientras sufría el proceso de dar a luz su obra.

Juan Rulfo, uno de los escritores más grandes de habla hispana y de la literatura universal, tuvo una de las carreras literarias más cortas y productivas que se puedan encontrar. Rulfo fue autor de varios cuentos, la mayoría reunidos en la colección clásica “El llano en llamas” (1953) y de dos novelas, una de ellas considerada como de las más grandes obras escritas en español: “Pedro Páramo”, publicada en 1955. Sin lugar a dudas, Rulfo representa el punto más alto de la literatura en México y ha sido una influencia en escritores que van desde la generación del boom hasta nuestros días.

Y sin embargo, ¿sabemos qué pasaba en la vida de este hombre antes y durante la creación de dichas obras? La respuesta justo viene de sus cartas. Y no son unas cartas cualesquiera, hablamos de las cartas que le escribiera a su entonces novia, Clara Aparicio.

“Cartas a Clara” es el nombre de la colección de cartas escritas por Juan Rulfo en el periodo comprendido entre octubre de 1944 y diciembre del 1950 a su futura esposa y, de hecho, la mujer de su vida. En ella no sólo encontramos frases dignas de cualquier enamorado (a veces rayando en lo cursi), sino también vemos a un Rulfo desnudando su alma y sus sentimientos a la mujer que ama y que tiene lejos. En sus cartas, además de ver el ingenio inmenso y la facilidad para estructurar una historia que lo caracterizó en su obra literaria, vemos también al hombre que vivía entre la nostalgia por estar con su amada y las tribulaciones de los trabajos que tenía que hacer para ganarse la vida.
En sus cartas también vemos al Rulfo preocupado por sacar adelante sus ideas literarias. A veces con dolor, otras con alegría, pero siempre con ingenio, Rulfo le va relatando a Clara sus adelantos en lo que llegarían a ser sus cuentos más famosos y los trabajos e ideas que se le van ocurriendo para lo que sería su primera novela. Todo esto nos deja ver cómo la obra de arte le toma tiempo y energías, cosas que él sabe sobrellevar gracias al recuerdo de su querida chamaca, como él mismo la llama.

Adornada con fotos de la pareja en esos años (tomadas casi todas por el mismo Rulfo), la colección también nos muestra reproducciones de las cartas originales que Rulfo enviara, lo que nos enseña que su ingenio iba más allá de la pura escritura, ya que siempre procuraba dejar algún detalle extra en las cartas, ya sea un dibujo hecho a toda prisa, alguna frase escrita en inglés u otro idioma o, a veces, escribiendo la carta en espiral y no renglón a renglón.

Gracias a “Cartas a Clara” podemos encontrarnos con una persona enamorada, que no tiene miedo a la lejanía ni a la soledad, y que tampoco tiene miedo en mostrarse tal y como es a su mujer. Pero también nos deja ver cómo van naciendo en su interior las ideas que darán luz a una de las obras culminantes de la literatura en México y en el mundo.

miércoles, 16 de abril de 2014

Superestrella



“Hey JC, JC, would you die for me?”


Semana Santa siempre fue una época algo complicada. Mi familia tiene una muy fuerte y acendrada tradición católica, a tal grado que dicha tradición influyó no sólo en la vida de mis padres, sino en la de nosotros, sus tres hijos, a grados que son algo difíciles de explicar.

En mí ha dejado su huella desde que nací, literalmente. Nacido el 9 de abril de 1977, ese día tuvo, llamémoslo así, la fortuna de ser un Sábado Santo. Desde allí y gracias a la famosa rotación de los días santos, casi siempre he tenido que “celebrar” mi cumpleaños en algún día de la semana mayor. Eso no implicaría tantos problemas, con la excepción de que tu familia tuviera, como ya dije, fuertes raíces católicas.

Esto ya lo había relatado antes, el hecho de que no celebrara fiestas de cumpleaños debido a que en Semana Santa no se festejaba nada en mi casa (bueno, y gracias a que el chamaco en cuestión era demasiado hosco y solitario para tener amigos). Pero las reglas iban más allá. Desde el jueves hasta el domingo era cuestión de ir a todas las celebraciones litúrgicas propias de la semana. A veces voluntariamente, algunas otras no tanto, pero su servidor estaba allí; ya sea encerrado, sufriendo el calor de estar entre las 4 paredes del templo, o caminando a pleno sol en un vía crucis. Mi infancia y buena parte de mi adolescencia se fue en asistir y celebrar los ritos propios de las fechas.

Y en casa las cosas no mejoraban. Principalmente el viernes Santo uno debía hacer ayuno y estaba quizá no prohibido, pero si visto de muy mal gusto, poner la música muy fuerte o ver televisión. Por lo menos hasta ya muy creciditos mi señora madre nos permitió ver la tele, eso sí también en un volumen muy bajo. Obvio, los canales de tele abierta, aprovechando hasta el hartazgo la fe popular, sólo pasaba o programas dedicados a lo religioso, reportajes de lo que pasaba en el Vaticano, transmisiones en directo desde el vía crucis de Iztapalalpa o películas viejísimas sobre la pasión de Cristo.

Lejos estaban aún las recreaciones casi Gore de Mel Gibson y su pasión. Las películas eran por regla general las clásicas en blanco y negro, españolas o mexicanas, donde los vestuarios y ambientes parecían sacados de cualquier representación de pueblo, con sus pelucas, túnicas y diálogos exagerados correspondientes. Ahora me parecen hasta cómicas, pero en ese momento me frustraban, ya que reforzaban en mí esa idea de que la gente hace que la religión sea algo forzado y acartonado y no una real manifestación de la fe que uno, supuestamente, debería tener. Pero todo eso cambiaría en un santiamén.

Creo que era un sábado. No podía dormir gracias a ese calor que el mes de abril siempre nos regala. A lo lejos alcancé a escuchar que la televisión estaba prendida, nada raro, ya que en esos días teníamos que esperar hasta que todos durmieran para poder ver algo que nos gustara sin molestar a los demás. Al salir de mi cuarto, pude ver que Beatriz, mi hermana mayor, estaba viendo una película. Cómo en realidad los dos no teníamos nada mejor que hacer, me senté a su lado y me puse a ver la historia que ya estaba empezando. Allí fue donde cambiaron muchas cosas.

La película ya estaba empezada, así que tardé un poco para comprender que lo que veía era otra película sobre la pasión de Cristo, y fue también porque, a diferencia de las engoladas películas alas que estaba acostumbrado, la acción transcurría en un desierto de verdad y los personajes vestían ropas completamente diferentes a lo que esperaría.  La primera escena que vi completa se desarrollaba dentro de una cueva y, sin esperármelo, todos comienzan a cantar. ¡Cristo cantaba! Los discípulos cantaban una canción completamente setentera, bailaban en círculos alrededor del maestro y se podía ver una María Magdalena demasiado cariñosa con Jesús. En ese momento estaba en shock, no podía creer que estuvieran representando de esa manera la vida de Cristo. El remate lo dio cuando se aparece en pantalla Judas Iscariote. Un Judas negro, reclamándole y peleando a Cristo con verdadero rencor y, sobre todo, con argumentos, tal y como jamás lo había visto. Para mí fue una revelación completa porque para mí así debían ser los sentimientos de los personajes. Por vez primera en mi vida estaba viendo JesusChrist Superstar.

Quizá muchos la desprecian por el hecho de ser un musical, pero para mí creo que es la película que apegada, al menos en los sentimientos, de todos los actores de la historia. Aquí no vemos a los fariseos malos torturando al Jesús bueno, que tiene que soportar la cobardía de sus apóstoles y al tremendo traidor Judas. No, en esta película TODOS tienen una motivación para las cosas que hacen. Los fariseos apresan y matan a Jesús por miedo a que rompa su status quo y para defender su fe. María Magdalena está enamorada de Jesús pero se resiste a sus sentimientos porque sabe que hay algo más allá que no alcanza a comprender. Los apóstoles son gente que, como todos, está feliz cuando las cosas marchan bien pero que huyen cuando se ponen feas. Judas no es un traidor sólo porque sí, sino porque ya ha perdido la fe y piensa que entregándolo puede hacer que Jesús recapacite, para finalmente darse cuenta de su error. Y sobre todo, Jesús no es el tipo blandengue y afeminado que sólo mira al cielo con ojos de borrego a medio morir cuando lo están crucificando. No, demuestra su lado humano y siente miedo y sufre las dudas que cualquiera de nosotros tiene. Es un ser atormentado pero que sabe que tiene una misión que cumplir.

La película está llena de escenas memorables: El consejo de los fariseos, la entrada de Jesús a Jerusalén, la increíble y tensa escena de la última cena, la hilarante comparecencia de Jesús con Herodes, el conteo de azotes que hace Poncio Pilatos, el ecche homo, Judas cuestionando la misión de Jesús antes de su muerte, la escena final de todos subiendo al autobús dejando la cruz atrás. Pero sobre todo, la escena que representa la maestría de esta obra es Jesús en el huerto de los olivos.




Cada que veo la escena o escucho la canción, es inevitable para mí sentir un escalofrío. El collage de obras sobre la crucifixión es de lo más fuerte y de lo que más ha llegado en el cine. Es para mí la representación exacta de ese momento, el más trágico y difícil en toda la historia de la pasión. Es la muestra del sufrimiento y las dudas de Jesús sabiendo que debía morir, sin acabar de aceptar que ese justamente sea el plan a seguir. Podemos ser creyentes o no, pero la escena tiene una fuerza dramática tremenda. Es el momento más bajo anímicamente de alguien que, al menos a nosotros, nos habían enseñado jamás dudó y jamás pensó en no hacer la voluntad de Dios. Aún siento las repercusiones de Getsemaní.

Más allá de ser una de mis películas favoritas, JesusChrist Superstar me ayudó a definir mi idea sobre la religión. La religión no tiene por qué ser la repetición inútil de ritos, ni tiene por qué ser el decir  hasta el cansancio las oraciones que nos enseñaron. La religión va más allá y es algo que uno puede vivir y confrontar como uno lo sienta. No por eso juzgo a quienes viven su fe así, pero tampoco por eso quiere decir que sea la única forma de creer. Y sobre todo, uno debería alejarse de las ideas de sobre como uno debe hacer las cosas.

Ese día que mi hermana y yo nos desvelamos viendo esa película me hizo cambiar mi forma de pensar en los años que estarían por venir.