Días así siempre predisponen a
pensar. Quizá eso es lo que me desespera: las ganas de no pensar, más bien, de sentir.
A veces me gustaría tener a
alguien acompañándome en esta temporada. Alguien que pudiera escuchar este discurso,
siempre repetitivo, acerca de estos días y del porqué no quiero pensar. Alguien
que me diga que quiere estar conmigo y sobre todo, sentir estos días.
Sentir la temporada que comienza
me causa una alegría difícil de describir. Es tan difícil y contradictoria que la
tristeza a veces le hace competencia. Y se hace más desagradable cuando
recuerdo las tardes pasadas junto a ella.
¿A quién diablos engaño? Sí, me
gusta recordarlo. Sí, quisiera tenerte aquí a mi lado, caminando de la mano
enfundados en nuestros abrigos, como un par de cuervos recorriendo algún cementerio. Y obvio, todo bajo esta lluvia incesante y fina que limpia nuestra
ciudad de gente y suciedad. Es un recuerdo que alegra mis malos ratos y que,
de golpe, provoca que se olviden los momentos desastrosos. A
veces, hasta pienso que no sería tan malo volver a esos días, a pesar de que esa
no sea buena idea.
A veces quisiera no tener que
tomar el café solo. Sí, puedo llegar a envidiar un poco a las parejas que
hablan y se besan, cogen y caminan mientras la lluvia los acompaña. Es lo único
que les puedo llegar a envidiar. Quizá me he vuelto demasiado exigente y no
quisiera a cualquier persona en esos momentos, o quizá sea que ya quedé algo
descompuesto para eso de andar en par. Quizá (y eso sería más grave) mis
recuerdos siguen muy anegados en épocas pasadas. Hace mucho que cosas así no me
pasan, y eso es razón de más para envidiar y rememorar.
Alguien decía que no puede llover
todo el tiempo. Debería ser así. Quizá entre tanto vagar y divagar te
encuentro. A ti o a alguien que disfrute de estas cosas. No toda la vida estará
el clima así, y, aunque siempre lo he disfrutado solo, de pronto es trágico
no estar con quien aprovecharlo.