“Hey JC, JC, would you die for me?”
Semana Santa siempre fue una época algo complicada. Mi
familia tiene una muy fuerte y acendrada tradición católica, a tal grado que
dicha tradición influyó no sólo en la vida de mis padres, sino en la de
nosotros, sus tres hijos, a grados que son algo difíciles de explicar.
En mí ha dejado su huella desde que nací, literalmente.
Nacido el 9 de abril de 1977, ese día tuvo, llamémoslo así, la fortuna de ser
un Sábado Santo. Desde allí y gracias a la famosa rotación de los días santos, casi
siempre he tenido que “celebrar” mi cumpleaños en algún día de la semana mayor.
Eso no implicaría tantos problemas, con la excepción de que tu familia tuviera,
como ya dije, fuertes raíces católicas.
Esto ya lo había relatado antes, el hecho de que no
celebrara fiestas de cumpleaños debido a que en Semana Santa no se festejaba
nada en mi casa (bueno, y gracias a que el chamaco en cuestión era demasiado
hosco y solitario para tener amigos). Pero las reglas iban más allá. Desde el
jueves hasta el domingo era cuestión de ir a todas las celebraciones litúrgicas
propias de la semana. A veces voluntariamente, algunas otras no tanto, pero su
servidor estaba allí; ya sea encerrado, sufriendo el calor de estar entre las 4
paredes del templo, o caminando a pleno sol en un vía crucis. Mi infancia y
buena parte de mi adolescencia se fue en asistir y celebrar los ritos propios
de las fechas.
Y en casa las cosas no mejoraban. Principalmente el viernes
Santo uno debía hacer ayuno y estaba quizá no prohibido, pero si visto de muy
mal gusto, poner la música muy fuerte o ver televisión. Por lo menos hasta ya
muy creciditos mi señora madre nos permitió ver la tele, eso sí también en un volumen
muy bajo. Obvio, los canales de tele abierta, aprovechando hasta el hartazgo la
fe popular, sólo pasaba o programas dedicados a lo religioso, reportajes de lo
que pasaba en el Vaticano, transmisiones en directo desde el vía crucis de Iztapalalpa
o películas viejísimas sobre la pasión de Cristo.
Lejos estaban aún las recreaciones casi Gore de Mel Gibson y
su pasión. Las películas eran por regla general las clásicas en blanco y negro,
españolas o mexicanas, donde los vestuarios y ambientes parecían sacados de
cualquier representación de pueblo, con sus pelucas, túnicas y diálogos exagerados
correspondientes. Ahora me parecen hasta cómicas, pero en ese momento me
frustraban, ya que reforzaban en mí esa idea de que la gente hace que la
religión sea algo forzado y acartonado y no una real manifestación de la fe que
uno, supuestamente, debería tener. Pero todo eso cambiaría en un santiamén.
Creo que era un sábado. No podía dormir gracias a ese calor
que el mes de abril siempre nos regala. A lo lejos alcancé a escuchar que la
televisión estaba prendida, nada raro, ya que en esos días teníamos que esperar
hasta que todos durmieran para poder ver algo que nos gustara sin molestar a
los demás. Al salir de mi cuarto, pude ver que Beatriz, mi hermana mayor, estaba
viendo una película. Cómo en realidad los dos no teníamos nada mejor que hacer,
me senté a su lado y me puse a ver la historia que ya estaba empezando. Allí
fue donde cambiaron muchas cosas.
La película ya estaba empezada, así que tardé un poco para
comprender que lo que veía era otra película sobre la pasión de Cristo, y fue también
porque, a diferencia de las engoladas películas alas que estaba acostumbrado,
la acción transcurría en un desierto de verdad y los personajes vestían ropas
completamente diferentes a lo que esperaría. La primera escena que vi completa se desarrollaba
dentro de una cueva y, sin esperármelo, todos comienzan a cantar. ¡Cristo
cantaba! Los discípulos cantaban una canción completamente setentera, bailaban
en círculos alrededor del maestro y se podía ver una María Magdalena demasiado
cariñosa con Jesús. En ese momento estaba en shock, no podía creer que estuvieran
representando de esa manera la vida de Cristo. El remate lo dio cuando se
aparece en pantalla Judas Iscariote. Un Judas negro, reclamándole y peleando a
Cristo con verdadero rencor y, sobre todo, con argumentos, tal y como jamás lo
había visto. Para mí fue una revelación completa porque para mí así debían ser
los sentimientos de los personajes. Por vez primera en mi vida estaba viendo JesusChrist
Superstar.
Quizá muchos la desprecian por el hecho de ser un musical,
pero para mí creo que es la película que apegada, al menos en los
sentimientos, de todos los actores de la historia. Aquí no vemos a los fariseos malos
torturando al Jesús bueno, que tiene que soportar la cobardía de sus apóstoles y
al tremendo traidor Judas. No, en esta película TODOS tienen una motivación para
las cosas que hacen. Los fariseos apresan y matan a Jesús por miedo a que rompa
su status quo y para defender su fe. María Magdalena está enamorada de Jesús
pero se resiste a sus sentimientos porque sabe que hay algo más allá que no
alcanza a comprender. Los apóstoles son gente que, como todos, está feliz
cuando las cosas marchan bien pero que huyen cuando se ponen feas. Judas no es
un traidor sólo porque sí, sino porque ya ha perdido la fe y piensa que entregándolo
puede hacer que Jesús recapacite, para finalmente darse cuenta de su error. Y
sobre todo, Jesús no es el tipo blandengue y afeminado que sólo mira al cielo con
ojos de borrego a medio morir cuando lo están crucificando. No, demuestra su
lado humano y siente miedo y sufre las dudas que cualquiera de nosotros tiene.
Es un ser atormentado pero que sabe que tiene una misión que cumplir.
La película está llena de escenas memorables: El consejo de
los fariseos, la entrada de Jesús a Jerusalén, la increíble y tensa escena de
la última cena, la hilarante comparecencia de Jesús con Herodes, el conteo de
azotes que hace Poncio Pilatos, el ecche homo, Judas cuestionando la misión de
Jesús antes de su muerte, la escena final de todos subiendo al autobús dejando
la cruz atrás. Pero sobre todo, la escena que representa la maestría de esta
obra es Jesús en el huerto de los olivos.
Cada que veo la escena o escucho la canción, es inevitable
para mí sentir un escalofrío. El collage de obras sobre la crucifixión es de lo más
fuerte y de lo que más ha llegado en el cine. Es para mí la
representación exacta de ese momento, el más trágico y difícil en toda la
historia de la pasión. Es la muestra del sufrimiento y las dudas de Jesús
sabiendo que debía morir, sin acabar de aceptar que ese justamente sea el plan
a seguir. Podemos ser creyentes o no, pero la escena tiene una fuerza dramática
tremenda. Es el momento más bajo anímicamente de alguien que, al menos a
nosotros, nos habían enseñado jamás dudó y jamás pensó en no hacer la voluntad
de Dios. Aún siento las repercusiones de Getsemaní.
Más allá de ser una de mis películas favoritas, JesusChrist Superstar
me ayudó a definir mi idea sobre la religión. La religión no tiene por qué ser
la repetición inútil de ritos, ni tiene por qué ser el decir hasta el cansancio las oraciones que nos
enseñaron. La religión va más allá y es algo que uno puede vivir y confrontar
como uno lo sienta. No por eso juzgo a quienes viven su fe así, pero tampoco
por eso quiere decir que sea la única forma de creer. Y sobre todo, uno debería
alejarse de las ideas de sobre como uno debe hacer las cosas.
Ese día que mi hermana y yo nos desvelamos viendo esa
película me hizo cambiar mi forma de pensar en los años que estarían por venir.