miércoles, 16 de abril de 2014

Superestrella



“Hey JC, JC, would you die for me?”


Semana Santa siempre fue una época algo complicada. Mi familia tiene una muy fuerte y acendrada tradición católica, a tal grado que dicha tradición influyó no sólo en la vida de mis padres, sino en la de nosotros, sus tres hijos, a grados que son algo difíciles de explicar.

En mí ha dejado su huella desde que nací, literalmente. Nacido el 9 de abril de 1977, ese día tuvo, llamémoslo así, la fortuna de ser un Sábado Santo. Desde allí y gracias a la famosa rotación de los días santos, casi siempre he tenido que “celebrar” mi cumpleaños en algún día de la semana mayor. Eso no implicaría tantos problemas, con la excepción de que tu familia tuviera, como ya dije, fuertes raíces católicas.

Esto ya lo había relatado antes, el hecho de que no celebrara fiestas de cumpleaños debido a que en Semana Santa no se festejaba nada en mi casa (bueno, y gracias a que el chamaco en cuestión era demasiado hosco y solitario para tener amigos). Pero las reglas iban más allá. Desde el jueves hasta el domingo era cuestión de ir a todas las celebraciones litúrgicas propias de la semana. A veces voluntariamente, algunas otras no tanto, pero su servidor estaba allí; ya sea encerrado, sufriendo el calor de estar entre las 4 paredes del templo, o caminando a pleno sol en un vía crucis. Mi infancia y buena parte de mi adolescencia se fue en asistir y celebrar los ritos propios de las fechas.

Y en casa las cosas no mejoraban. Principalmente el viernes Santo uno debía hacer ayuno y estaba quizá no prohibido, pero si visto de muy mal gusto, poner la música muy fuerte o ver televisión. Por lo menos hasta ya muy creciditos mi señora madre nos permitió ver la tele, eso sí también en un volumen muy bajo. Obvio, los canales de tele abierta, aprovechando hasta el hartazgo la fe popular, sólo pasaba o programas dedicados a lo religioso, reportajes de lo que pasaba en el Vaticano, transmisiones en directo desde el vía crucis de Iztapalalpa o películas viejísimas sobre la pasión de Cristo.

Lejos estaban aún las recreaciones casi Gore de Mel Gibson y su pasión. Las películas eran por regla general las clásicas en blanco y negro, españolas o mexicanas, donde los vestuarios y ambientes parecían sacados de cualquier representación de pueblo, con sus pelucas, túnicas y diálogos exagerados correspondientes. Ahora me parecen hasta cómicas, pero en ese momento me frustraban, ya que reforzaban en mí esa idea de que la gente hace que la religión sea algo forzado y acartonado y no una real manifestación de la fe que uno, supuestamente, debería tener. Pero todo eso cambiaría en un santiamén.

Creo que era un sábado. No podía dormir gracias a ese calor que el mes de abril siempre nos regala. A lo lejos alcancé a escuchar que la televisión estaba prendida, nada raro, ya que en esos días teníamos que esperar hasta que todos durmieran para poder ver algo que nos gustara sin molestar a los demás. Al salir de mi cuarto, pude ver que Beatriz, mi hermana mayor, estaba viendo una película. Cómo en realidad los dos no teníamos nada mejor que hacer, me senté a su lado y me puse a ver la historia que ya estaba empezando. Allí fue donde cambiaron muchas cosas.

La película ya estaba empezada, así que tardé un poco para comprender que lo que veía era otra película sobre la pasión de Cristo, y fue también porque, a diferencia de las engoladas películas alas que estaba acostumbrado, la acción transcurría en un desierto de verdad y los personajes vestían ropas completamente diferentes a lo que esperaría.  La primera escena que vi completa se desarrollaba dentro de una cueva y, sin esperármelo, todos comienzan a cantar. ¡Cristo cantaba! Los discípulos cantaban una canción completamente setentera, bailaban en círculos alrededor del maestro y se podía ver una María Magdalena demasiado cariñosa con Jesús. En ese momento estaba en shock, no podía creer que estuvieran representando de esa manera la vida de Cristo. El remate lo dio cuando se aparece en pantalla Judas Iscariote. Un Judas negro, reclamándole y peleando a Cristo con verdadero rencor y, sobre todo, con argumentos, tal y como jamás lo había visto. Para mí fue una revelación completa porque para mí así debían ser los sentimientos de los personajes. Por vez primera en mi vida estaba viendo JesusChrist Superstar.

Quizá muchos la desprecian por el hecho de ser un musical, pero para mí creo que es la película que apegada, al menos en los sentimientos, de todos los actores de la historia. Aquí no vemos a los fariseos malos torturando al Jesús bueno, que tiene que soportar la cobardía de sus apóstoles y al tremendo traidor Judas. No, en esta película TODOS tienen una motivación para las cosas que hacen. Los fariseos apresan y matan a Jesús por miedo a que rompa su status quo y para defender su fe. María Magdalena está enamorada de Jesús pero se resiste a sus sentimientos porque sabe que hay algo más allá que no alcanza a comprender. Los apóstoles son gente que, como todos, está feliz cuando las cosas marchan bien pero que huyen cuando se ponen feas. Judas no es un traidor sólo porque sí, sino porque ya ha perdido la fe y piensa que entregándolo puede hacer que Jesús recapacite, para finalmente darse cuenta de su error. Y sobre todo, Jesús no es el tipo blandengue y afeminado que sólo mira al cielo con ojos de borrego a medio morir cuando lo están crucificando. No, demuestra su lado humano y siente miedo y sufre las dudas que cualquiera de nosotros tiene. Es un ser atormentado pero que sabe que tiene una misión que cumplir.

La película está llena de escenas memorables: El consejo de los fariseos, la entrada de Jesús a Jerusalén, la increíble y tensa escena de la última cena, la hilarante comparecencia de Jesús con Herodes, el conteo de azotes que hace Poncio Pilatos, el ecche homo, Judas cuestionando la misión de Jesús antes de su muerte, la escena final de todos subiendo al autobús dejando la cruz atrás. Pero sobre todo, la escena que representa la maestría de esta obra es Jesús en el huerto de los olivos.




Cada que veo la escena o escucho la canción, es inevitable para mí sentir un escalofrío. El collage de obras sobre la crucifixión es de lo más fuerte y de lo que más ha llegado en el cine. Es para mí la representación exacta de ese momento, el más trágico y difícil en toda la historia de la pasión. Es la muestra del sufrimiento y las dudas de Jesús sabiendo que debía morir, sin acabar de aceptar que ese justamente sea el plan a seguir. Podemos ser creyentes o no, pero la escena tiene una fuerza dramática tremenda. Es el momento más bajo anímicamente de alguien que, al menos a nosotros, nos habían enseñado jamás dudó y jamás pensó en no hacer la voluntad de Dios. Aún siento las repercusiones de Getsemaní.

Más allá de ser una de mis películas favoritas, JesusChrist Superstar me ayudó a definir mi idea sobre la religión. La religión no tiene por qué ser la repetición inútil de ritos, ni tiene por qué ser el decir  hasta el cansancio las oraciones que nos enseñaron. La religión va más allá y es algo que uno puede vivir y confrontar como uno lo sienta. No por eso juzgo a quienes viven su fe así, pero tampoco por eso quiere decir que sea la única forma de creer. Y sobre todo, uno debería alejarse de las ideas de sobre como uno debe hacer las cosas.

Ese día que mi hermana y yo nos desvelamos viendo esa película me hizo cambiar mi forma de pensar en los años que estarían por venir.