miércoles, 9 de noviembre de 2011

Rojo no necesariamente quiere decir Alto

El paso del frio de la calle a lo cálido del interior me convence para quedarme. Camino hacia el lugar, pequeño, acogedor como todos los que he visto aquí, con la diferencia que no está lleno de turistas en búsqueda de diversión ni de locales bebiendo. Es extraño porque desde que estoy aquí todos los lugares por los que paso si algo les sobra es gente.

Al fondo, una pantalla de televisión me da la respuesta. ¿Un juego de fútbol americano? ¿Pero si es de noche? De pronto recuerdo que no estoy ni remotamente cerca de casa y que la diferencia es la suficiente como para que lo que allá veo de día aquí se vea de noche. Es domingo y por vez primera tengo una referencia clara no sólo de en qué día estoy, sino también tengo algo que me conecta con esa rutina de la cual he estado escapando.

Pero llevo demasiado tiempo de pie en la entrada y mis divagaciones comienzan a verse algo extrañas. O quizá no, aquí deben estar acostumbrados a excentricidades mayores que las de un tipo parado en la entrada confundido y un tanto apenado. Sin más voy directo a la barra, dándome cuenta que es otra cosa más que jamás antes había hecho. ¡Bien!, pienso, una cosa más de esas a la colección.

Una chica, europea más no holandesa, atiende del lado opuesto de la barra. Platica con una amiga suya mientras se dedica a buscar entre sus discos. A mi lado, un señor extrañamente de traje e igualmente no holandés bebe una cerveza mientras mira distraído el juego. Es curioso ver en el monitor la luz del sol mientras que en las calles la noche se rompe con la infinitud de aparadores con luces rojas y mujeres apenas vestidas bailando y repartiendo besos.

La chica, que al parecer encontró lo que buscaba y se dio cuenta de su nuevo cliente pregunta en un perfecto inglés sacado de la isla si deseo algo. Como me toma entre una nueva transición entre el partido y las ventanas rojas sólo alcanzo a pedir la misma cerveza que mi vecino. Él quizá se da cuenta, pero está más ocupado en sus asuntos que en los míos. Yo estoy aún también en los míos.

Como si fuera imán, los aparadores siguen llamando mi atención, quizá más que después de haberlos visto de cerca. Más cerca de lo que cualquiera que me conozca pudiese pensar, pero ¡qué diablos! Afuera cual catálogo para el pecado uno puede realmente perderse con la variedad. Prácticamente no hay tipo ni estilo que no se ajuste a los gustos de cualquiera, es cuestión de elegir y vencer ese miedo sempiterno a dar el paso. Algo que por cierto no les cuesta ningún trabajo a los buenos habitantes de la ciudad.

Llega mi cerveza y con ella la chica, a quien después de un torpe “gracias” en inglés y una mirada rápida puedo darme cuenta que es bastante guapa. Sí, ¿por qué no? Pero, ¿Cómo inicias una plática? Ella me da la respuesta. Pone el disco que buscaba mientras recordaba México y las ventanas rojas y comienza una canción harto conocida para mí. Ella y yo al parecer tenemos la edad suficiente para conocer a Chris Cornell, así que sobre lo que platicamos es sobre ese cover de Led Zeppelin. Al parecer mi vecino tiene la edad suficiente para conocer sobre Zeppelin así que trata de unirse a una conversación que, si bien no dura mucho, si es lo suficiente como para darme cuenta que uno puede hacer ese tipo de cosas fácilmente. Con el hándicap de que la plática no es en tu propio idioma.

La cosa obviamente no pasó más allá. Tres o cuatro cervezas más tarde salía del lugar nuevamente hacia lo frio de la calle, con una nueva amiga en el bar y pensando nuevamente en las luces rojas que al parecer no descansan ni en domingo y sin importar la hora. Sin embargo camino contento y satisfecho de ver que al fin, el tabú de pensar que las luces rojas significan alto ha quedado bien atrás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario