viernes, 15 de julio de 2011

Pláticas por la tarde

Es una tarde nublada, el sol comienza a ser ocultado por las primeras nubes de una lluvia largamente esperada. Día cansado y de viajes en varios sentidos. Sentado a un lado de la silla que mi abuelo siempre ocupaba a estas horas para fumar su sempiterno cigarro, veía el jardín que con tantos cuidados procura mi abuela tenerlo siempre verde, a pesar de lo seco que pueda estar el clima.

Ella, caminando lentamente, pasa justo frente a mí para sentarse y comenzar a tejer, siempre tejiendo es como la recuerdo últimamente. La observo trabajando y me doy cuenta que está muy tranquila, no como si nada pero si relajada, como si no hubiera perdido a su compañero de 81 años de vida.

Como si hubiera sido capaz de leer mi mente, comienza a platicarme cosas.  No sé si más como monologo ya que le cuesta mucho trabajo escuchar, pero comienza a relatarme cómo estaba emocionada el día de su boda.

“Si, ese día estaba bien emocionada. No sabía el porqué. Como que no podía creerlo, ¿pos’ a poco si me voy a casar?”

Y así, sin decir agua va, traslada la escena a unos días atrás, en lo que sería el lecho de muerte de su esposo. Y me suelta a quemarropa que esto mismo que me estaba diciendo se lo dijo a mi abuelo unos días después de su aniversario 81, el 2 de julio. Pero eso no es lo más impactante. Lo que me deja helado en cierta forma es la respuesta que mi abuelo le da:

“Y el día que me muera, vas a estar igual de contenta”

¿Cómo?, le preguntó ella y me pregunté a mi mismo. ¿Es posible que alguien se alegre de la muerte de otra persona? La respuesta me la dio Reyes desde ultratumba, a través de mi abuela que no dejaba de tejer.

“Y pos’ me dijo eso, que ya no me tenía que sentir triste porque total ya estaría muerto y tu viva. Y tú puedes seguir haciendo cosas y yo no. Yo ya voy a estar mejor allá muerto que aquí”

“¡Y no lloré! Cuando lo enterraron nomas no lloré. Y no me dieron ganas de llorar”.

Y a mí al contrario, me dieron todas las ganas de llorar que ella no tenía. Porque lo que estaba escuchando era como si mi abuelo viniera de ultratumba a decirme a mí y a todos que sigamos adelante. Que sigamos viviendo, a pesar de lo tristes que podamos estar, de los problemas que puedas tener. Porque el mejor homenaje que puedes darle a un ser querido que se va es estar feliz por él, porque él ya no padece los dolores que le aquejan.

“Hay que seguir, voy pues, a seguir”. Es una frase del libro “El innombrable” de Samuel Beckett. Esa frase para mí siempre ha sido un lema a seguir, que en buenas y malas me ha ayudado a sacar valor para seguir viviendo. A partir de esa plática en una tarde en un pueblo apartado del mundo, la frase adquiere un significado aun mas especial si se puede, ya que el espíritu de la frase se vuelve a mi expresado en una persona, que sabiéndose a punto de morir quiere mostrar su tranquilidad y su alegría y repartirla a todo el mundo.

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