jueves, 27 de octubre de 2011

Entre holandeses te veas (con Vanesa)

Holanda fue una revelación en varios aspectos. Entre los mingitorios que están en plena calle o que se acostumbre comer papas a la francesa con mayonesa uno no sabe realmente a qué atenerse en los Países Bajos, muchísimo menos cuando no es el lugar, llamémosle “normal”, en el que un monito habitante de las entrañas mismas de México-Tenochtitlán piensa para llegar por primera vez a hacer las Europas.

Y sin embargo hice mi tarea. Desde que Vanesa y yo acordamos que Ámsterdam sería el punto de encuentro traté de informarme bien que hacer y cómo hacerlo. Tratando de no limitarme a las píldoras de Wikipedia me di a la tarea de investigar que se podía hacer en las frías tierras de la capital de los holandeses, aunque como buen mexicano todo se juntó y el plan ya no quedo tan bonito como uno pensaba. Lo cual no quiere decir que haya quedado mal.

Ya desde el avión uno se iba percatando de que las cosas se pondrían la mar de raras y divertidas. Compañera de viaje que era la primera vez que dejaba su pueblo natal (Silao o Irapuato, no recuerdo,  pero de que era en Guanajuato era seguro)  El pasar por encima de Groenlandia fue curioso (para un geek de mi calaña claro), ver el océano negro a la distancia son cosas que a ponen a pensar, principalmente que uno no sabe nadar y que en caso de accidente terminaría peor que Di Caprio en el Titanic.

Mi condición de visitante que nunca ha salido de la querida tierra donde ha nacido se vio reflejada de inmediato por mis torpes explicaciones en inglés a la señora policía de aduana (enorme ejemplar de lo bien entrenados que se encuentran en Holanda) acerca del tópico “que pitos tocaba en su país” y porque me salí por la puerta equivocada del aeropuerto, dejando unos minutos más a Vanesa esperando en otro lado, con el riesgo de quedarme solo y sin guía en tierra incógnita, como al final de todos modos pasaría.

No sé si era por lo cansado de volar 13 horas, o por que todo mundo hablaba inglés, o por la situación extraña de estar con ella, pero puedo decir con toda confianza que no estuve muy atinado ese primer día de mi estadía en Holanda. Igualito que gato viejo que lo llevan a vivir a otro lado, no paraba de ver para todos lados, de sentirme hasta cierto punto incomodo por no tener ninguna referencia exacta de donde estaba, enfundado en mi chamarrota gris que llegaría a odiar vehementemente, y también por esa clásica desesperación mía que por poco hace terminar mal la cosa con mi querida guía.

Mi barrio durante algunos días. Ninguna foto le hará justicia como es debido.

Ya pasado el primer día la cosa se puso buena. El museo de Van Gogh, Rijksmuseum, caminata por Dam Square y su feriecita, primer contacto con la comida y sobre todo, Red Light District. Cosa curiosa, jamás olvidaré la sorpresa y la pena de Vanesa al darse cuenta que el Hostal que ella me consiguió para quedarme en la ciudad en lo que ella atendía sus asuntos allá en el norte quedaba situado justo en medio de dicho lugar. Hasta ahora creo que no se lo he agradecido como es debido.

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