jueves, 11 de agosto de 2011

Caminando

Mucho tiempo de mi vida lo recuerdo así, caminando.


Uno de mis recuerdos más antiguos es siendo niño, a los 5 o 6 años caminando por las orillas de una barranca, entre la yerba, en nuestra casa en Ecatepec. Mi único juego consistía en caminar y caminar. A veces correr, otras echarme al pasto, pero siempre con mis pies en la tierra, lejos de la molesta compañía de otros niños, explorando por todos lados aunque me persiguieran las gallinas del vecino o se me subieran las hormigas. Siempre a pie.


Hay muchas cosas que hacen del caminar algo que me llene. Es la velocidad perfecta para involucrarte con tu rededor, para poder ver las cosas tal y como son, puedes detenerte y volver al punto donde estabas para ver con más calma. Puedes entrar en una tienda de libros o ver los aparadores. Todas esas cosas que en cualquier artilugio con ruedas te impide ver, o bien porque te llevan demasiado rápido o porque debes tener tu atención puesta en manejar dicho artilugio. Quizá por eso jamás he aprendido a usar bicicleta, auto, o cualquier cosa con ruedas que me transporte.


La mejor prueba de que me llevo bien con alguien o que puedo compartir algo con una persona es caminando. Quizá por eso me dolió tanto perderla a ella, ya que jamás había compartido de esa forma el caminar por las calles del centro con alguien. Quizá también uno de los días más tristes que recuerde de esa relación es el día que me dijo que no quería volver a caminar más y que le cansaba recorrer esas calles. Puedo decir que un poco de mí y un mucho de nuestra relación terminó ese día.


Ahora la gente ya no camina tanto. Y si lo hace es para darle vueltas a una plaza comercial, encerrados en un mundo donde el único objetivo es comprar. No importa si no se necesita, o si ya se tiene; lo único que importa es lucirse, gastar y caminar sin rumbo fijo viendo tan sólo gente sin mucho chiste que va exactamente a hacer lo mismo.

Sólo caminando se puede ver de esta manera.

Puedo decir que soy un caminador profesional, aunque siento que aun me hace falta mucho. He caminado por las calles de mi ciudad y me he enamorado de ellas. He caminado por otras ciudades de mi país y siempre he encontrado cosas dignas de recuerdo. Caminar por el parque nacional de Uruapan y su centro es de esas cosas que he hecho desde niño y que más añoro. He caminado por otras ciudades del mundo y eso ha sido una de esas experiencias que siempre llevaré en el corazón. Caminar por las ramblas de Barcelona y por los enormes parques de Londres, por las frías calles de Ámsterdam o las solitarias calles de Liverpool por la noche. Aún así nada se compara, y será todo lo lugar común que gusten, que caminar por las calles de París de la mano de alguien que ha sido y es una persona importante para tu vida.


Caminar es poner los pies en la tierra. Convivir con tu entorno, en cierta forma hacerte uno con él. Caminar ha sido el medio que me ha permitido no sentirme tan solo, conocer mi mundo, enlazarme con su historia y hacerme parte de ella. Mientras pueda lo seguiré haciendo, tratando de someterme lo menos posible a la tiranía de las ruedas, moviéndome a mi ritmo, viendo lo que yo quiero ver. Al final caminar te hace perfectamente libre, lo suficiente para que tus ojos se puedan pasear tranquilamente por todo lo que el mundo te puede ofrecer.

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