martes, 11 de septiembre de 2012

La Tarea #2 - La absolución


De pronto todos corren. Gritan alarmados y sus expresiones cambian de un momento a otro a un pánico terrible, todos menos él. A contracorriente en todos los sentidos camina tranquilo, alejándose y comenzando a sonreír. A pesar de las lágrimas en sus ojos la sonrisa es de alegría, aunque la mueca que hace refleja un rencor y al mismo tiempo una paz que desconcierta y da miedo. Es la viva imagen del triunfo de la venganza.

Conforme camina acaricia obsesivamente el bolsillo de su abrigo. Pareciera  que sigue sintiendo el peso y el frio lacerante del cañón a pesar de que ya no lo lleva consigo, de hecho se quedó atrás, con ella.

Aún resuenan en sus oídos los gritos: “Sí, te engañé con él, pendejo. ¿Qué vas a hacer?” Claro, él ya lo sabía. De hecho su intensión original era despedirse de ella, el regalo del bolsillo de su abrigo era para darse él mismo un consuelo muy diferente. Horas antes ya se imaginaba una situación muy semejante a la actual, la diferencia es que al final él sería el protagonista del show, no ella.

Allí estaban en el mismo café donde miles de veces hablaron y hablaron sobre tantas cosas rodeados por las calles oscuras y sombrías del centro a esa hora. Allí estaba frente a ella y a sus enormes ojos claros que siempre lo habían hipnotizado con solo verlos,  los mismos que habían provocado tantas veces que cambiara de parecer. Extraño, pero sabía que para su acto necesitaba no ver esos ojos. Sabía que no importarían los insultos, los gritos y amenazas que ella dijera, él siempre le daría la razón y asumiría la culpa de cualquier cosa, pero no hoy, hoy todo sería distinto.

Allí estaban frente a frente como dos combatientes: una, triunfante y serena, sabiendo que el rival estaba a unos golpes de la lona. Él sabiéndose derrotado y con la toalla lista para ser arrojada no sin antes hacer el último acto de desesperación y arruinarle su victoria. Darse un balazo en frente de todo mundo demostraría que ella ganó pero que de nada le serviría.

Te engañé con él, no te amaba, fuiste el error más grande que pude cometer; las frases se le clavaban hasta el fondo de su alma pero él seguía aguantando gracias al contacto frio del metal. Había soportado la tentación de ver sus ojos hasta ese momento. 

-    - Pendejo.

Dice ella y sus palabras resuenan en todo el lugar, como si hubiera disparado un arma primero. De pronto no sólo sentiría su mirada sino la de todos los que lo rodeaban. Suficiente, no permitiría más esto. Él abriría entonces sus ojos con una mezcla de odio y rencor, apretando su mano más y más dentro de su bolsillo. Era el momento.

- Te amo. Sólo vengo a decirte eso y a despedirme.

Entonces la vio. Vio sus ojos y pareció como si todo el coraje reunido y todas las vejaciones pasadas se concentraran. Vio en sus ojos la sorpresa, la tristeza, el dolor y una cosa que jamás había visto. Estaba arrepentida y comprendió que ahora él tenía el control, el poder de la mirada había cambiado.

“Te perdono”. Los enormes ojos claros lloraron con agradecimiento. “Pero debes pagar lo que me has hecho”. Y la mirada de ella, complacida y alegre esperó ansiosa la absolución.

Justo como lo había planeado se levantó y sacó el arma de su abrigo, pero en vez de ponerla en su sien la dejó en la mesa y con una mirada de adiós se alejó del lugar. El estruendo le confirmaría que ella  cumplió su penitencia.

----

La idea de donde nace este texto me encantó. Había que crear un relato donde se sostuviera una idea central el mayor tiempo posible para después dar un giro y cambiar el curso que parecía el lógico de la historia. El argumento nació de esto y el cuento debía basarse en el poder del protagonista para sembrar algún tipo de sentimiento en otra persona y ver qué consecuencias tendría.

Si, es muy dramático el texto pero créanme, realizar asesinato literario es muy reconfortante y liberador.


No hay comentarios:

Publicar un comentario