Los años luz son una
medida de distancia, no de tiempo.
Es la favorita de los
simples mortales, como nosotros, para poder dárnosla de científicos y hablar de
cosas que pasan más allá de nuestro ínfimo planeta. Lo definen como la
distancia que recorre un rayo de luz en un año y, considerando que la velocidad
de la luz es una cosa bastante rápida, dicha distancia es algo grandecita como
para poder usarla en nuestra vida diaria.
Hagamos cuentas. Si la
estrella más cercana a nosotros que no es el Sol, Próxima Centauri, se
encuentra a un poco más de cuatro años luz de distancia y, si la velocidad de
la luz es un poquito menos de 300 mil kilómetros por segundo; 4 años luz resulta
en una horrenda cifra de 15 dígitos que nadie en su sano juicio querría
utilizar. Por eso nos quedamos con los años luz.
Quizá la gente se deja
llevar por el asunto de los años para pensar que se habla de tiempo. Pero no.
La verdadera cuestión es la distancia, no el tiempo. Einstein ya nos había
enseñado que el tiempo es una cosa relativa y que depende exclusivamente de
aquel que esté midiéndolo. Quizá uno podría hacer un poco de trampa con esto y
decir básicamente que el tiempo es lo de menos. Claro, es una mentira piadosa
que nos hacemos para quitarnos de encima ese pequeño problema de que somos
mortales pero, qué diablos, si somos capaces de hacer algo tan atroz como
“matar el tiempo”, decirnos a nosotros mismos que el tiempo no importa es lo de
menos.
El problema con los
años, Luz, no es el tiempo. Creo que eso ya lo aprendimos sin necesidad de
tanto rollo. El problema es la maldita distancia. Como quiera, la distancia es
grande, pero nada que no pueda remediarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario