martes, 13 de agosto de 2013

Años, Luz


Los años luz son una medida de distancia, no de tiempo.

Es la favorita de los simples mortales, como nosotros, para poder dárnosla de científicos y hablar de cosas que pasan más allá de nuestro ínfimo planeta. Lo definen como la distancia que recorre un rayo de luz en un año y, considerando que la velocidad de la luz es una cosa bastante rápida, dicha distancia es algo grandecita como para poder usarla en nuestra vida diaria.

Hagamos cuentas. Si la estrella más cercana a nosotros que no es el Sol, Próxima Centauri, se encuentra a un poco más de cuatro años luz de distancia y, si la velocidad de la luz es un poquito menos de 300 mil kilómetros por segundo; 4 años luz resulta en una horrenda cifra de 15 dígitos que nadie en su sano juicio querría utilizar. Por eso nos quedamos con los años luz.

Quizá la gente se deja llevar por el asunto de los años para pensar que se habla de tiempo. Pero no. La verdadera cuestión es la distancia, no el tiempo. Einstein ya nos había enseñado que el tiempo es una cosa relativa y que depende exclusivamente de aquel que esté midiéndolo. Quizá uno podría hacer un poco de trampa con esto y decir básicamente que el tiempo es lo de menos. Claro, es una mentira piadosa que nos hacemos para quitarnos de encima ese pequeño problema de que somos mortales pero, qué diablos, si somos capaces de hacer algo tan atroz como “matar el tiempo”, decirnos a nosotros mismos que el tiempo no importa es lo de menos.

El problema con los años, Luz, no es el tiempo. Creo que eso ya lo aprendimos sin necesidad de tanto rollo. El problema es la maldita distancia. Como quiera, la distancia es grande, pero nada que no pueda remediarse.





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