Hace algunos años, cuando el patriarca de esta familia
falleció, lo que más me quedaba en la cabeza era la expresión de valentía y
resignación de su esposa ante la perdida y sobretodo sus fuerzas para salir
adelante y para seguir viviendo, está vez sin el que fuera durante más de 80
años su pareja.
Hoy que necesitábamos un poco de ese valor y más que nada, de
la receta para poder seguir viviendo como ella lo hizo, se nos fue.
Sus últimos meses fueron pesados, arrastrando las enfermedades
obvias por su edad pero más que nada de esa tristeza de verse atada a una cama
por ya no poder moverse. Y sin embargo supo seguir luchando, quizá cada vez con
menos fuerzas pero siempre con ánimos y siempre tratando de acordarse de sus
hijos y nietos que tenía regados por todos lados.
Antonia Gavia vivió 104 años. Es algo que a todos nos
sorprende y nos llena de curiosidad por saber todo lo que ella vio, las cosas
que hizo en todo ese tiempo, pero es algo que a ella le causaba muchos
conflictos. No sé por qué Dios me castiga así –decía- ya toda la gente que
conocía está muerta y yo sigo aquí. Para alguien como yo que piensa que las
cosas no pasan sin razón, puedo pensar que Toñita vivió tanto para poder
compensar un poco todos los años de ausencia que la pelea entre su esposo y la
oveja negra nos mantuvo al margen de la familia. Y es que después del perdón que
se dieran su esposo y su hijo nos permitió convivir más con ellos, y al menos a
mí me hizo sentir de nuevo lo que era tener una abuelita a pesar de que no
podía ir a visitarla tan seguido.
A mí me queda el dolor de no haber podido ir a verla. De
estar prometiéndome una y otra vez escaparme y saludarla de nuevo. Pero me
queda el consuelo de que ella a pesar de todo jamás me olvidaba. Qué siempre
que mi padre regresaba de verla había un saludo especial para mí y que ahora
que ya descansa sé que estará cuidándonos y acordándose siempre de todos
nosotros. Y es que ella fue la menos culpable del alejamiento que tuvimos, pero
tengo la certeza de que nunca se olvidó de tenernos en la mente.
Hoy más que nunca voy a recordar la frase que me dijo ella
el día que enterraron a don Reyes y que él le dijera a ella: “Y el día que me
muera, vas a estar igual de contenta”. Jamás olvidaré estar sentado a su lado esa
tarde escuchándola hablar, tejiendo (siempre tejiendo) y tratando de consolarnos,
justo como estaría haciéndolo ahora de nuevo si pudiera. Quizá en estos
momentos no sea capaz de seguir su consejo, pero si hay algo que no haré es
olvidar todo lo que nos dio, a veces sin ser ella consiente de eso.
Descansa en paz abuelita.
Mantenla viva en cada frase que le recuerdes: Ahí se afianzan las abuelas a nuestro corazón.
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