miércoles, 11 de enero de 2012

Perlman is God

Ciertamente el hombre debe vivir con la vergüenza eterna de permanecer sentado, cuando la tradición más antigua dicta que el solista debe estar de pie, compartiendo el puesto de honor al lado del director. Sin embargo la poliomielitis es una enfermedad que castiga y desde niño tuvo que usar muletas para moverse. Y él desquita ese coraje empuñando su instrumento y demoliendo  todo lo que se encuentre a su paso con notas tan precisas como bellas, de las más hermosas que se hayan escuchado en mucho tiempo.

Hace pocos años tuve la fortuna de escucharlo en vivo. Me mató. Beethoven fue el elegido para esa noche, aunque no la obra de Beethoven que más amo. Sin embargo verlo en vivo fue glorioso. Allí estaba él, dominando el escenario con sólo su presencia,  sacando la melodía más asombrosa de su Stradivarius, dictando el camino al resto de la orquesta, embelesando a conocedores y villamelones que nos dimos cita ese día en el Auditorio Nacional.

A Itzhak lo conocí también de esa forma extraña que conozco las cosas buenas. Eran las 11 de la noche en un vagón del metro de la Ciudad de México, yo regresaba cansado a casa después de un pesado día de escuela cuando un vendedor subió a ofrecer sus productos. Vendedor entre tantos pensé yo hasta que me di cuenta qué lo que ofrecía eran casetes originales de música clásica. Vendiéndolos a precio de risa (2 por 10 pesos), maldije mi suerte al sólo tener 20 y que la mitad de ellos era para llegar a mi casa. Sólo compré dos de ellos: uno de Bach, obligado ya que es mi autor favorito, y uno más de Beethoven, que si bien había escuchado no lo conocía aún del todo bien. 

El primero de ellos, el de Bach, lo disfrute camino a mi casa y lo escuché varias veces. El segundo no lo puse hasta que llegue y estaba acostado. Justo allí fue donde conocí a Itzhak y a la sonata, esa Sonata Kreutzer que desde entonces se ha vuelto obligada para mi vida. Jamás me he repuesto de esa sensación. Fue como tener un orgasmo de 11 minutos de duración con la persona que más has amado mientras los coros celestiales se desviven por musicalizar el momento. La obra me dejó estupefacto y aún más quien la interpretaba. Allí lo conocí. Así como Clapton es deidad para la guitarra, Perlman lo es para el violín.

Ese día en el auditorio comprendí lo que significaba tocar con pasión un instrumento. Mozart, Beethoven, Tchaikovsky, Paganini, todos los interpreta de una forma tan viva que cerrando los ojos podrías jurar que lo tienes enfrente. Podría decir  que todos los que respeten y amen la música deberían rendirle culto o por lo menos darse el tiempo de escucharlo una vez.

Las palabras me faltan para definir lo que éste hombre ha alegrado mi vida. Seguro ustedes ya lo escucharon, ya que él es el culpable de las tristísimas melodías de La lista de Schindler, o del violín de Memorias de una Geisha. Además de que toca jazz, salió en Plaza Sesamo, toca música tradicional judía y es de los pocos que se negó a ser dirigido por ese monstruo de la dirección pero de incierto pasado nazi llamado Herbert von Karajan.

Créanme, escúchenlo en una noche como esta de luna llena, apaguen las luces y enfréntense a su violín. Quedarán hechizados cómo muy pocas veces lo han estado.


No hay comentarios:

Publicar un comentario