jueves, 29 de marzo de 2012

Chamula

Silencio es lo último que uno puede encontrar en el lugar. A los primeros pasos que se dan en el interior, después de contener la sensación de sorpresa y la impresión que te causa, inmediatamente uno percibe los murmullos, pero ni siquiera son murmullos normales. De hecho el primer sonido que me vino a la mente fue el del susurro constante de los grillos mientras subía una de las pirámides de Palenque. De pronto me imaginé a todos aquellos seres fantásticos invocando a sus dioses antiguos disfrazados de cristos y santos usando esa voz de ultratumba, esa voz hasta cierto punto animal, orgánica. Una voz que ni conquistadores y turistas han podido cambiar.

Entrar al templo de San Juan hace que uno reconsidere volverse religioso. Es algo curioso porque la forma de religiosidad de los Chamulas es todo menos catolicismo. Es politeísmo disfrazado de cristianismo, es alabar a los dioses viejos a través de los dioses nuevos. Es adorar a los dioses nuevos mediante las oraciones de los abuelos. Estar entre los curanderos y las familias mientras realizan sus rituales te trasporta, te envuelve. Hace que sientas la urgencia de ponerte de rodillas y tratar de comunicarte con algo divino, a hablarle a Dios aunque sea en español, aunque parezca que hablar en español o en otro idioma diferente al de ellos sea un acto de enorme herejía.

Y qué decir de las luces. Mientras el alma se encuentra suspendida por tantas sorpresas, la vista y la mente enloquecen ante la vista de cientos de pequeños pedazos de fuego danzando por todos lados. Velas, veladoras, ceras diminutas que cada familia, cada curandero coloca en fila frente al lugar que elije para su comunicación. Ver el reflejo de las luces en cada uno de sus ojos da cierta ansiedad, esa clase de pavor religioso que describe tan bien Lovecraft en sus relatos y que te deja entre maravillado y aterrado.

Yo soy católico por formación y convicción. Quizá de unos años para acá no he sido el mejor practicante y de hecho he tenido ciertos problemas con la divinidad que hacen que mis asuntos religiosos estén lejanos y algo fríos por ahora. Pero he de confesar que estando allí de pie rodeado por ese mundo de terrorífico ensueño tuve ganas de rezar. Debo confesar que de pronto tuve ganas de hacer lo que ellos, así que busqué hasta que encontré una pequeña vela tirada en el piso. Lo siguiente fue completamente obvio y natural. La tomé, me acerqué a un rincón del lugar y sin más la encendí, y allí, arrodillado y apenado por no saber hacerlo de la manera correcta, recé y le pedí a la divinidad de una forma tan sincera cómo hacía muchos tiempo no lo sentía.

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