viernes, 27 de abril de 2012

Post de autoayuda para programadores en desgracia.


Con todo lo cliché que pueda sonar, puedo afirmar que el momento en el que decidí qué profesión escogería fue cuando me paré por primera vez frente a un video juego. Más allá de la afición que en ese momento nacía y que me provocaría severos traumas con los juegos difíciles y problemas familiares por quedarme con el cambio cuando mi madre me mandaba por las tortillas, en ese momento también nacería esa curiosidad por saber de qué manera se podía lograr que un aparato de televisión empotrado en un enorme mueble de madera me mostrara algo distinto a una telenovela o una caricatura y saber la magia que había detrás de todo eso.

Una de mis primeras decisiones "serias" en mi vida vino gracias a eso. Después de aprobar dos exámenes para entrar a diferentes preparatorias, cambié el estar en turno matutino (el favorito de las madres) en una por entrar al turno vespertino en otra (ya se imaginarán a mi madre), sólo porque en dicha escuela estudiaría además la carrera de técnico programador de computadoras. Así fue como entré al mítico CBTis 133 de Villa de las Flores y así fue como inició mi carrera como programador.

Hermosos chistes de computación. Uno aprende a ser feliz con ellos.


Sin embargo, no toqué una computadora de verdad sino hasta el quinto semestre en el que estudié en dicho lugar, gracias a las políticas educativas que no estaban muy modernas que digamos y no había dinero para despilfarrar en escuelas con pretensiones modernas como la mía. A pesar de eso creo que fue lo mejor que me pudo pasar porque aprendí que para ser un buen programador no se necesita estar gastando horas nalga frente a un CPU. Descubrí que la herramienta más importante para el programador no es la computadora sino su cerebro, y con él la capacidad de abstracción y lógica. Aún recuerdo con alegría como de noche me ponía a escribir programas y más programas de cuantas cosas se me ocurriera sólo con la ayuda de mi viejo libro de lenguaje Pascal. Más de uno debe estar pensando de mí que era un ñoño de lo peor (eso ya lo he aceptado muchas veces) pero en ese momento me di cuenta que eso era para lo que estaba destinado.

Ya en la universidad las cosas fueron poniéndose más interesantes. Aprender a armar una red y comprender de donde nacen los protocolos de comunicación, saber cómo funciona internet, cómo hacer tu propio lenguaje de programación con compilador incluido, diseñar y emular un procesador de 64 bits, comprender las minucias que rodean al mundillo de la informática y sus regulaciones, todo eso lo aprendí con alegría pero también con mucho sufrimiento.

Creo que la computadora no tiene secretos para mí. Se armarla, se destriparla, programarla, si bien windows aun me da dolores de cabeza creo saber que hay detrás de un sistema operativo. También puedo decir que soy excelente programador. Algo retro por los lenguajes que actualmente manejo pero soy bastante competente en lo que hago. Disfruto mi carrera, me encanta el trabajo, quizá no tanto cuando debo lidiar con clientes, pero en términos generales puedo afirmar que hago estoy alegre con mi profesión y soy muy bueno en ella.

Pero hay un algo que siempre nos aterroriza. Cuando mis hijos escritos a base de lenguajes de programación y mucho cerebro son entregados a los usuarios todo puede pasar. Ellos no pueden usarlos con el amor que merecen, los entienden mal, los hacen sufrir y a nosotros con ellos. Un programador no tiene derecho a nombrarse como tal hasta que sus creaturas son sometidas a la mano torpe y fría del usuario final y que éste comience el acoso para hacerlo funcionar. Todo esto se eleva de manera exponencial cuando los programas a liberar rebasan la decena.

"Liberación a producción" son palabras que resuenan en mi mente en estos momentos y es algo que no le deseo a nadie. Todo puede pasar. El caos se adueña de todo, sistemas, redes, humanos. Morphi estaría en su parque de diversiones favorito.
Y no es queja, es sólo un grito silencioso que surge desde mi interior que me dice: "Te gusta tu profesión Javier, de verdad que te gusta"

2 comentarios:

  1. Qué puedo decirte? Me identifico; aunque nosotros lo nombremos distinto es básicamente lo mismo: Confíales a extraños tus horas de dedicación para que hagan comentarios desatinados y espera como condenado esperando absolución mientras otros prueban (sin ti, sin defensa y sin porqués). Ánimo.

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