lunes, 18 de abril de 2011

¡ay! Soledad...

Soy un ser solitario por naturaleza. Alguna vez me dijeron que el mundo no huye de mi sino que yo del mundo y hay mucho de verdad en eso. No es que el mundo me sea antipático, todo lo contrario, disfruto mucho de la vida y de las cosas que ofrece. No, tampoco me considero un ermitaño que rechaza de plano la compañía de la gente, al contrario, me agrada mucho disfrutar de mis amistades, quizá más escucharlos que yo hablar.

Sin embargo, tengo un gran problema y es que a veces, de alguna manera, necesito mi espacio. Si hay un animal con el cual me identifico (oh¡¡ sweet irony) es con el gato. Territorial, huraño, hosco a veces en su forma de expresar su afecto, un tanto cuanto traicionero y muy impredecible. A veces eso se ajusta a mí, y créanlo, no es agradable a veces.

Pero eso soy yo, y si llegado el momento quiero estar solo, encerrado en mis cuatro paredes, sin más compañía que mis queridos discos de música y unos audífonos, o con la única intención de caminar por las calles de noche, o de escribir o incluso de quedarme viendo al horizonte para disfrutar el silencio, créame mi querido lector(a) que haré lo que sea por conseguirlo. Y sin más, así, sin deberla ni temerla, me escaparé sin dejar rastros, sin dar explicaciones. Despedida a la francesa como alguna vez dijo Ibargüengoitia.

Y de pronto la gente se queda con un palmo de narices. ¿Por qué diablos hace eso? ¿Por qué desaparecer? ¿Qué no es más fácil hablar y decirlo? Quién sabe. Quizá mis amigos pudieran llegar a entender el porqué. O mínimo aceptarlo. Pero el punto es que no lo hago. ¿La razón? Aún no me queda muy clara a mí mismo. Podría llegar a explicarlo como que si es algo que yo necesito y quiero hacer, entonces no debo porque andar dando razones urbi et orbi.  El punto es que para mí es algo tan lógico y tan natural que no hacerlo de la manera que lo hago sería una enorme traición a mí mismo. No me sabría igual vaya. Me parecería algo tan forzado y poco natural en mí que inmediatamente arruinaría mis propósitos y necesidades.

Y no sólo eso, sino que después de desvanecerme del planeta, tiendo a regresar como si nada. Como si una vez después de tomar ese receso de la vida quisiera subirme al carro y pretender que nada pasó y que todo mundo entenderá tanto mi regreso abrupto como mi huida inesperada.

Y justo en ese acto de malabarismo es donde he tenido muchas pérdidas, algunas pequeñas, otras muy dolorosas. ¿Cuánto me duran esos ataques? Un día o dos, varias semanas, a veces más. Todo depende de mí olla de presión. Realmente aún no se cómo ha habido gente que ha aguantado esos ataques de mi parte, y más increíble aún que sigan allí a mi lado. Pero, odio decirlo, a la mala y maltratando de esa manera es como he llegado a conocer a mis amigos más entrañables.

¿Cambiará algún día esto en mí? Lo dudo, de verdad. Sólo realmente espero que esto sirva a manera de explicación y de que, por favor, si llega a pasar, ténganme un poco de paciencia. Juro solemnemente que regresaré, siempre lo he hecho. Ya las pérdidas, perdidas están. No puedo hacer gran cosa para recuperarlas, pero sí puedo llegar a prometer que puedo minimizar las consecuencias. Y de verdad, no lo hago por ser mala persona, sencillamente es una bizarra, estúpida, extraña y perversa necesidad de aislamiento, que afortunadamente para mí, no es permanente.

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