No me estoy quejando de este último que paso, aclaro. Tan sólo quiero hacer notar que estuvo lleno de demasiadas cosas, buenas, malas y peores. Y que para ser el primer cumpleaños que celebro viviendo solo me dejaron dos que tres vivencias que se suman a esta aventura de estar haciendo un camino por ti mismo.
Cumpleaños extraño que me la pase enfermo de una infección estomacal gracias a un par de hot dogs de dudosa procedencia (bien dicen que perro no come perro) y que me dejó como resultado estar toda la mañana y buena parte de la tarde entre vomitando y temblando como si estuviera dentro del refri, a pesar de los treinta y tantos grados a la sombra que había de temperatura.
Lo que más me dejó marcado es el asunto de estar enfermo y absolutamente sólo en casa. Yo sé, varios de mis queridos lectores saben lo que es esto desde antes que yo y de hecho ya mis padres me lo habían advertido (bien me decía mi mami). La sensación es extraña, de repente sientes abandono, otras como que te dejas caer abatido, pero al final sabes que si no te mueves y si no haces las cosas por ti mismo a pesar de cómo estés, te vas a quedar tieso de esperar porque nadie va a venir a hacértelas. Al final la visita al doctor y las medicinas hicieron su trabajo pero complicaron en mucho lo que sería el punto fuerte del onomástico.
Desde hacía meses se sabía. Y por más que refunfuñara y reclamara por qué pasó, al final tenía muchas ganas de asistir a lo que sería el reencuentro de Caifanes, una de las bandas que musicalizó mi vida desde que tendría unos 13 o 14 años. Quizá sea un cliché, pero puedo apostar que varios lo compartimos. Varias canciones de Caifanes son parte del soundtrack de nuestras vidas. Incluso una de sus canciones (Antes de que nos olviden) me hace llorar por recordar a una persona que, si bien no ha muerto, sencillamente desapareció y jamás he sabido de ella (donde quiera que estés Lidia, te quiero). Puedo recordar mil y un instantes de mi vida de la secundaria en adelante donde hubo una canción de ellos que encajo a la perfección.
Por eso, (y gracias Kary por terminar de animarme) yo debía estar en el momento en que salieran al escenario, de ver cantar, bueno, intentar cantar a Saúl Hernández y sobre todo, ver como Alejandro Marcovich le enseñaría a todos los niños tontos el porqué sin él se pierde casi la mitad de talento que tenia la banda. De una vez por todas quería ver como se daban cuenta que querer igualar Caifanes con Jaguares es como decir que Andre Rieu es igual de bueno que Itzhak Perlman nada más porque los dos son violinistas.
Junten esas dos ideas, mézclenlo con el hecho de que era mi cumpleaños, agréguenle unas gotitas de lo poquísimo que comí (prácticamente nada), agítenlo hasta hacer espuma y sírvanlo en las rocas. El resultado fue un choque de trenes colosal que al menos me permitió comprobar que aun aguanto cosas extremas. Si, fui al concierto, estuve allí, llore con todas las que debía de llorar, al precio de que tuve que permanecer en estado de zombi las horas anteriores. Debo decir que quizá mis emociones se multiplicaron gracias a la adrenalina del momento y a los bichos que corrían por mi estomago, pero fue una mezcla que me dejo exhausto y satisfecho. Contento como tenía rato que no estaba, a pesar del malestar que tenía al terminar el concierto, el acabar un 9 de abril más en mi vida de pie frente a un escenario viendo tocar a uno de mis grandes referentes en mi vida, después de lo que pasé durante el día para llegar hasta allí me dejo en cierta forma satisfecho de mi mismo.
Y así fue, nunca mis cumpleaños han sido eventos dignos de recuerdo. Hay sus honrosas excepciones claro, pero no siempre son así. Quizá por eso me anime a contar esto que para muchos no pasará de puras tonteras, pero para mí fue un cumpleaños bastante peculiar, lleno de anécdotas y sobre todo de enseñanzas bastante valiosas para su seguro servidor.
Ahora que si me quieren regalar algo para olvidar el trago amargo y no contar más banalidades, yo con gusto le entro.
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